3 El pueblo estaba sediento y murmuró contra Moisés:
—¿Por qué nos has sacado de Egipto para dejarnos morir de sed, a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?
4 Moisés clamó al Señor diciendo:
—¿Qué puedo hacer con este pueblo? Casi llegan a apedrearme.
5 Respondió el Señor a Moisés:
—Pasa delante del pueblo acompañado de algunos ancianos de Israel, lleva en tu mano el bastón con que golpeaste el Nilo y emprende la marcha. 6 Yo estaré junto a ti sobre la roca en el Horeb; golpearás la roca y saldrá agua para que beba el pueblo.
Lo hizo así Moisés a la vista de los ancianos de Israel. 7 Y llamó a aquel lugar Masá y Meribá por la querella de los hijos de Israel y por haber tentado al Señor diciendo: «¿Está el Señor entre nosotros, o no?»
La dureza de la vida del desierto, cuyo máximo exponente es el hambre y la sed, se presta a nuevas intervenciones divinas, cargadas de sentido teológico. El prodigio del maná, que estaba precedido por el episodio del agua salobre convertida por Moisés en potable (Ex 15,22-25), va seguido de un nuevo prodigio con el agua: Moisés la hace brotar de una roca. Esto ocurrió en Refidim, probablemente el actual Wadi Refayid, a unos 13 km . del Djébel Mûsa.
Los hijos de Israel van fortaleciendo poco a poco su fe en Dios y en su ministro, Moisés. Pero con frecuencia les asalta la duda de la presencia de Dios en medio de ellos (v. 7). Surgen las murmuraciones y la búsqueda de pruebas de esa presencia: ¿habrán salido de Egipto para morir o para alcanzar la salvación? El agua que Moisés hace brotar es una señal más que da seguridad a la fe de los israelitas.
El episodio da nombre a dos ciudades: Meribá, que en la etimología popular significa «litigio», «disputa», «pleito»; y Masá, que equivale a «prueba», «tentación». Muchos textos bíblicos recordaron este pecado (cfr Dt 6,16; 9,22-24; 33,8; Sal 95,8-9), añadiendo incluso que al propio Moisés le faltó fe y golpeó por dos veces la roca (cfr Nm 20,1-13; Dt 32,51; Sal 106,32). La falta de confianza en la bondad y en la omnipotencia divina es tentar a Dios y supone un grave pecado contra la fe. Mucho más en el caso de Moisés que había experimentado la predilección divina y había de ser ejemplo para el pueblo. Ante una contrariedad o ante una dificultad que no se resuelve de inmediato, el hombre puede llegar a sentir una cierta vacilación, pero nunca dudar, porque «si la duda se alimenta deliberadamente, puede conducir a la ceguera de espíritu». (Catecismo de la Iglesia Católica , n. 2088). Un cristiano, acostumbrado a contemplar la Cruz del Señor, debe aceptar que el dolor forma parte de los planes de Dios.
Hay una tradición rabínica que cuenta que la roca acompañó a los israelitas en todo su viaje por el desierto; San Pablo se refiere a esa leyenda en su carta a los Corintios, cuando dice que «la piedra era Cristo» (1 Co 10,4). Los Santos Padres, apoyados en recuerdos bíblicos sobre el carácter prodigioso de las aguas (cfr Sal 78,15-16; 105,41; Sb 11,4-14), explicaban que este episodio prefigura los prodigios del bautismo: «Contempla el misterio: Moisés es el profeta, el báculo es la palabra de Dios; el sacerdote toca la piedra y fluye el agua para que pueda beber el pueblo de Dios que consigue así la gracia» (S. Ambrosio, De sacramentis 5,1,3).
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