Ir al contenido principal

La Transfiguración (Mc 9,2-10)

 

2º domingo de Cuaresma –B. Evangelio

2 Seis días después, Jesús se llevó con él a Pedro, a Santiago y a Juan, y los condujo, a ellos solos aparte, a un monte alto y se transfiguró ante ellos. 3 Sus vestidos se volvieron deslumbrantes y muy blancos; tanto, que ningún batanero en la tierra puede dejarlos así de blancos. 4 Y se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. 5 Pedro, tomando la palabra, le dice a Jesús:
—Maestro, qué bien estamos aquí; hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
6 Pues no sabía lo que decía, porque estaban llenos de temor. 7 Entonces se formó una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube:
—Éste es mi Hijo, el amado: escuchadle.
8 Y luego, mirando a su alrededor, ya no vieron a nadie: sólo a Jesús con ellos.
9 Mientras bajaban del monte les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos. 10 Ellos retuvieron estas palabras, discutiendo entre sí qué era lo de resucitar de entre los muertos.

Comentario a Marcos 9,2-10


El Señor, transfigurándose ante sus discípulos —ante los tres predilectos, que iban a ser testigos de su agonía (14,33)—, ofrece el contrapunto, o, mejor aún, un anticipo del resultado de su pasión: la resurrección y la glorificación. Éste es también el sentido de la vida del cristiano, que debe aprender que «los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura que se va a manifestar en nosotros» (Rm 8,18).

Marcos subraya de diversas maneras la dificultad de los discípulos para entender el camino del Señor (vv. 9-10). De igual modo, el evangelista apunta a propósito de Pedro —que quiere anticipar la gloria sin pasar por la cruz—, que «no sabía lo que decía» (v. 6): «Pedro no entendía esto cuando deseaba vivir con Cristo en el monte. Esto, ¡oh Pedro!, te lo reservaba para después de su muerte. Ahora, no obstante, dice: “Desciende a trabajar a la tierra, a ser despreciado, a ser crucificado en la tierra”. Descendió la vida para encontrar la muerte; bajó el pan para sentir hambre; bajó el camino para cansarse en el camino, descendió el manantial para tener sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?» (S. Agustín, Sermones 78,6; cfr Catecismo de la Iglesia Católica, n. 556).

En la Transfiguración se revela la verdad entera de Jesús. Es el Hijo Único de Dios, «el Hijo Amado», que para salvarnos se «anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo» (Flp 2,7), renunció voluntariamente a la gloria divina y se encarnó con carne pasible, haciéndose semejante a nosotros en todo excepto en el pecado. Las palabras que vienen desde la nube, semejantes al comienzo del primer Canto del Siervo del Señor del profeta Isaías (Is 42,1) y a las del Bautismo de Jesús (1,11; Mt 3,17; Lc 3,22), señalan precisamente eso: que Jesús es el Hijo de Dios que cumple la misión salvadora del Siervo del Señor. El mandato, «escuchadle», proclama la autoridad de Jesús: sus enseñanzas, sus preceptos, tienen la potestad del mismo Dios: «Éste es mi Hijo, no Moisés ni Elías. Ellos son siervos, Éste es Hijo. Éste es mi Hijo, es decir, de mi naturaleza, de mi substancia, Hijo que permanece en Mí y que es totalmente lo que soy Yo. Éste es mi Hijo amadísimo. También aquéllos son amados, pero Éste es amadísimo: a Éste, por tanto, escuchadle. Aquéllos lo anuncian, pero vosotros tenéis que escuchar a Éste. Él es el Señor, aquéllos son siervos como vosotros. Moisés y Elías hablan de Cristo, son siervos como vosotros. Él es el Señor, escuchadle» (S. Jerónimo, Commentarium in Marcum 6).

Comentarios

Entradas más visitadas de este blog

Habla Señor, que tu siervo escucha (1 S 3,3b-10.19)

2º domingo del Tiempo ordinario – B. 1ª lectura 3b  Samuel estaba acostado en el Santuario del Señor donde estaba el arca de Dios. 4 Entonces el Señor le llamó: —¡Samuel, Samuel! Él respondió: —Aquí estoy. 5 Y corrió hasta Elí y le dijo: —Aquí estoy porque me has llamado. Pero Elí le respondió: —No te he llamado. Vuelve a acostarte. Y fue a acostarse. 6 El Señor lo llamó de nuevo: —¡Samuel! Se levantó, fue hasta Elí y le dijo: —Aquí estoy porque me has llamado. Pero Elí contestó: —No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte 7 —Samuel todavía no reconocía al Señor, pues aún no se le había revelado la palabra del Señor. 8 Volvió a llamar el Señor por tercera vez a Samuel. Él se levantó, fue hasta Elí y le dijo: —Aquí estoy porque me has llamado. Comprendió entonces Elí que era el Señor quien llamaba al joven, 9 y le dijo: —Vuelve a acostarte y si te llaman dirás: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». Samuel se fue y se acostó en su aposento. 10 Vino el Señor, se

Pecado y arrepentimiento de David (2 S 12,7-10.13)

11º domingo del Tiempo ordinario – C. 1ª lectura 7 Dijo entonces Natán a David: —Tú eres ese hombre. Así dice el Señor, Dios de Is­rael: «Yo te he ungido como rey de Israel; Yo te he librado de la mano de Saúl; 8 te he entregado la casa de tu señor y he puesto en tu regazo las mujeres de tu señor; te he dado la casa de Israel y de Judá; y, por si fuera poco, voy a añadirte muchas cosas más. 9 ¿Por qué has despreciado al Señor, haciendo lo que más le desagrada? Has matado a espada a Urías, el hitita; has tomado su mujer como esposa tuya y lo has matado con la espada de los amonitas. 10 Por todo esto, por haberme despreciado y haber tomado como esposa la mujer de Urías, el hitita, la espada no se apartará nunca de tu casa». 13 David dijo a Natán: —He pecado contra el Señor. Natán le respondió: —El Señor ya ha perdonado tu pecado. No morirás. En el párrafo anterior a éste, Natán acaba de interpelar a David con una de las parábolas más bellas del Antiguo Testamento provoca

Pasión de Jesucristo, según San Juan (Jn 18,1–19,42)

Viernes Santo – Evangelio 19,25 Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. 26 Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre: —Mujer, aquí tienes a tu hijo. 27 Después le dice al discípulo: —Aquí tienes a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa. 28 Después de esto, como Jesús sabía que todo estaba ya consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: —Tengo sed. 29 Había por allí un vaso lleno de vinagre. Sujetaron una esponja empapada en el vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. 30 Jesús, cuando probó el vinagre, dijo: —Todo está consumado. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Comentario a Juan 18,1 - 19,42 El Evangelio de Juan presenta la pasión y muerte de Jesús como una glorificación. Con numerosos detalles destaca que en la pasión se realiza la suprema manifestación de Jesús como el Mesías Rey. Así, cuando