Ir al contenido principal

Bautizad en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,16-20)

Santísima Trinidad – B. Evangelio
16 Los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. 17 Y en cuanto le vieron le adoraron; pero otros dudaron. 18 Y Jesús se acercó y les dijo:
—Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. 19 Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; 20 y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Los cuatro evangelistas recuerdan la dificultad de los Apóstoles para aceptar la resurrección de Jesús. Marcos (cfr Mc 16,9-20) es más explícito que Mateo, que sólo recoge un breve apunte (v. 17): «No es cosa grande creer que Cristo murió. Esto también lo creen los paganos, los judíos (...). Todos creen que Cristo murió. La fe de los cristianos consiste en creer en la resurrección de Cristo. Tenemos por grande creer que Cristo resucitó» (S. Agustín, Enarrationes in Psalmos 120,6).
«Se me ha dado toda potestad en el cielo y la tierra» (v. 18). La omnipotencia, atributo exclusivo de Dios, también lo es de Jesucristo resucitado. Las palabras del Señor evocan un pasaje del libro de Daniel en el que se anuncia que tras los imperios que pasan, vendrá un hijo de hombre al que «se le dio dominio, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su dominio es un dominio eterno que no pasará; y su reino no será destruido» (Dn 7,14). Y Jesús es ese Hijo del Hombre que por sus padecimientos mereció la glorificación (cfr Dn 7,9-14).
«Haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado» (vv. 19-20). La primera misión a los Doce (10,1-42) tenía como destino la casa de Israel (10,5-6) y como motivo de predicación la cercanía del Reino de los Cielos (10,7). Ahora, los Once son enviados al universo entero, y la misión supone el Bautismo en el nombre de las tres personas divinas (v. 19) y la enseñanza de los preceptos del Señor (v. 20). La salvación se alcanza por la pertenencia a la Iglesia, y esa pertenencia se manifiesta en el cumplimiento de los mandamientos: «Es muy grande el premio que proporciona la observancia de los mandamientos. Y no sólo aquel mandamiento, el primero y el más grande, (...) sino que también los demás mandamientos de Dios perfeccionan al que los cumple, lo embellecen, lo instruyen, lo ilustran, lo hacen en definitiva bueno y feliz. Por esto, si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin, serás dichoso; si no lo alcanzas, serás un desdichado» (S. Roberto Belarmino, De ascensione mentis in Deum 1).
«Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (v. 20). En el Antiguo Testamento se narra cómo Dios estaba en medio de su pueblo (cfr p. ej. Ex 33,15-17), y cómo prometía a sus elegidos que estaría con ellos en sus empresas y que por tanto tendrían éxito (Gn 28,15; Ex 3,12; Jos 1,5; Jr 1,8; etc.). La frase evangélica indica que el destinatario de su mensaje es la Iglesia entera. Por eso, en la tarea de la evangelización no estamos solos; Él es el Emmanuel, el «Dios-con-nosotros» (1,23), y, como Dios, con su poder y su eficacia (v. 18), permanece con nosotros hasta el fin de los tiempos (v. 20): «Aunque no es propio de esta vida, sino de la eterna, el que Dios lo sea todo en todos, no por ello deja de ser ahora el Señor huésped inseparable de su templo que es la Iglesia, de acuerdo con lo que Él mismo prometió al decir: Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Por ello, todo cuanto el Hijo de Dios hizo y enseñó para la reconciliación del mundo, no sólo podemos conocerlo por la historia de los acontecimientos pasados, sino también sentirlo en la eficacia de las obras presentes» (S. León Magno, Sermo 12 in Passione Domini 3,6).

Comentarios

Entradas más visitadas de este blog

Habla Señor, que tu siervo escucha (1 S 3,3b-10.19)

2º domingo del Tiempo ordinario – B. 1ª lectura 3b  Samuel estaba acostado en el Santuario del Señor donde estaba el arca de Dios. 4 Entonces el Señor le llamó: —¡Samuel, Samuel! Él respondió: —Aquí estoy. 5 Y corrió hasta Elí y le dijo: —Aquí estoy porque me has llamado. Pero Elí le respondió: —No te he llamado. Vuelve a acostarte. Y fue a acostarse. 6 El Señor lo llamó de nuevo: —¡Samuel! Se levantó, fue hasta Elí y le dijo: —Aquí estoy porque me has llamado. Pero Elí contestó: —No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte 7 —Samuel todavía no reconocía al Señor, pues aún no se le había revelado la palabra del Señor. 8 Volvió a llamar el Señor por tercera vez a Samuel. Él se levantó, fue hasta Elí y le dijo: —Aquí estoy porque me has llamado. Comprendió entonces Elí que era el Señor quien llamaba al joven, 9 y le dijo: —Vuelve a acostarte y si te llaman dirás: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». Samuel se fue y se acostó en su aposento. 10 Vino el Señor, se

Pecado y arrepentimiento de David (2 S 12,7-10.13)

11º domingo del Tiempo ordinario – C. 1ª lectura 7 Dijo entonces Natán a David: —Tú eres ese hombre. Así dice el Señor, Dios de Is­rael: «Yo te he ungido como rey de Israel; Yo te he librado de la mano de Saúl; 8 te he entregado la casa de tu señor y he puesto en tu regazo las mujeres de tu señor; te he dado la casa de Israel y de Judá; y, por si fuera poco, voy a añadirte muchas cosas más. 9 ¿Por qué has despreciado al Señor, haciendo lo que más le desagrada? Has matado a espada a Urías, el hitita; has tomado su mujer como esposa tuya y lo has matado con la espada de los amonitas. 10 Por todo esto, por haberme despreciado y haber tomado como esposa la mujer de Urías, el hitita, la espada no se apartará nunca de tu casa». 13 David dijo a Natán: —He pecado contra el Señor. Natán le respondió: —El Señor ya ha perdonado tu pecado. No morirás. En el párrafo anterior a éste, Natán acaba de interpelar a David con una de las parábolas más bellas del Antiguo Testamento provoca

Pasión de Jesucristo, según San Juan (Jn 18,1–19,42)

Viernes Santo – Evangelio 19,25 Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. 26 Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre: —Mujer, aquí tienes a tu hijo. 27 Después le dice al discípulo: —Aquí tienes a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa. 28 Después de esto, como Jesús sabía que todo estaba ya consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: —Tengo sed. 29 Había por allí un vaso lleno de vinagre. Sujetaron una esponja empapada en el vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. 30 Jesús, cuando probó el vinagre, dijo: —Todo está consumado. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Comentario a Juan 18,1 - 19,42 El Evangelio de Juan presenta la pasión y muerte de Jesús como una glorificación. Con numerosos detalles destaca que en la pasión se realiza la suprema manifestación de Jesús como el Mesías Rey. Así, cuando