22 Esto dice el Señor Dios:
“También Yo
voy a llevarme la copa de un cedro elevado y la plantaré;
arrancaré un
renuevo del extremo de sus ramas
y lo
plantaré en un monte alto y eminente.
23 Lo plantaré en el monte alto de Israel.
Y echará
ramas, dará fruto
y llegará a
ser un cedro magnífico.
En él
anidarán todas las aves,
a la sombra
de sus ramas pondrán sus nidos toda suerte de pájaros.
24 Y todos los árboles del campo sabrán
que Yo, el
Señor, he humillado al árbol elevado
y he
enaltecido al humilde;
he secado el
leño verde
y hecho
florecer al seco.
Yo, el
Señor, lo digo y lo hago”».
Lo peculiar de esta imagen del cedro que describe la restauración final
es la insistencia en la acción de Dios mediante la repetición explícita del
pronombre de primera persona «Yo» («Yo voy a llevarme…», «Yo, el Señor, he
humillado.. », «Yo, el Señor, lo digo…»). Tras los desastres del destierro de
Babilonia, descritos en los versículos anteriores, el Señor interviene
directamente para devolver la esperanza de salvación.
El «renuevo» de las ramas del cedro (v. 22) alude al retoño del árbol
de David (cfr Is 11,1) y simboliza la instauración del reino mesiánico.
Las palabras del v. 23 evocan el relato del diluvio. Allí se dice que
«todos los pájaros y seres alados» entraron en el arca (Gn 7,14), indicando así
que la salvación alcanzó a todas las especies. En el poema del cedro enseñan
que el reino mesiánico, el nuevo Israel, es universal y todas las naciones
participarán de la salvación traída por el Mesías. No es extraño por eso que
nuestro Señor Jesucristo utilizara una imagen semejante para describir el Reino
de Dios: el reino es como un grano de mostaza que crece y que «llega a hacerse
como un árbol, hasta el punto de que los pájaros del cielo acuden a anidar en
sus ramas» (Mt 13,32).
«Yo, el Señor, he humillado al árbol elevado» (v. 24). El Señor, una
vez más, es el protagonista de la historia del pueblo. Él es el autor de la
vida, que da vigor a lo que está seco, y de la muerte, haciendo que lo más
lozano perezca. Él se muestra inflexible ante los arrogantes que no le aceptan
(cfr 31,10-14). El Nuevo Testamento repetirá de mil maneras el valor de la
humildad: «El que se ensalce será humillado, y el que se humille será
ensalzado» (Mt 23,12).
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