12 El
primer día de los Ácimos, cuando sacrificaban el cordero pascual, le dicen sus
discípulos:
—¿Dónde quieres que vayamos a
prepararte la cena de Pascua?
13 Entonces
envía dos de sus discípulos, y les dice:
—Id a la ciudad y os saldrá al
encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidle, 14 y
allí donde entre decidle al dueño de la casa: «El Maestro dice: “¿Dónde tengo
la sala, donde pueda comer la
Pascua con mis discípulos?”» 15 Y él os mostrará
una habitación en el piso de arriba, grande, ya lista y dispuesta.
Preparádnosla allí.
16 Y
marcharon los discípulos, llegaron a la ciudad, lo encontraron todo como les
había dicho, y prepararon la
Pascua.
22 Mientras
cenaban, tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, se lo dio a
ellos y dijo:
—Tomad, esto es mi cuerpo.
23 Y
tomando el cáliz, habiendo dado gracias, se lo dio y todos bebieron de él. 24
Y les dijo:
—Ésta es mi sangre de la nueva
alianza, que es derramada por muchos. 25 En verdad os digo que ya no
beberé del fruto de la vid hasta aquel día en que lo beba de nuevo en el Reino
de Dios.
26 Después
de recitar el himno, salieron hacia el Monte de los Olivos.
Marcos es el más sobrio de los evangelios sinópticos a la hora de
narrar la institución de la
Eucaristía (cfr Mt 26,26-29; Lc 22,14-20 y notas). De todas
formas, a la luz de la muerte y la resurrección, el sentido sacrificial de los
gestos y palabras de Jesucristo debió ser claro para los Apóstoles: «La muerte
de Cristo es a la vez el sacrificio
pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres por medio del
“cordero que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29) y el sacrificio de la
Nueva Alianza que devuelve al hombre a la comunión con
Dios reconciliándole con Él por “la sangre derramada por muchos para remisión
de los pecados” (Mt 26,28)» (Catecismo de
la Iglesia Católica ,
n. 613). Este sacrificio es, propiamente, el sacrificio de la cruz, en el que
Cristo es a la vez Sacerdote y Víctima. En la Última Cena , Jesús lo
anticipa de modo incruento, y en la Santa Misa se renueva, ofreciéndose, también de
modo incruento, la víctima, ya inmolada en la Cruz. El Concilio
de Trento lo propone así: «Si alguno dijere que en el Sacrificio de la Misa no se ofrece a Dios un
verdadero y propio sacrificio, o que el ofrecerlo no es otra cosa que el
dársenos a comer Cristo, sea anatema» (De
SS. Missae sacrificio, can. 1).
Las palabras del Señor excluyen cualquier interpretación en sentido
simbólico o metafórico. Así lo ha entendido desde siempre la Iglesia : «Esto es mi cuerpo. A saber, lo que os
doy ahora y que ahora tomáis vosotros. Porque el pan no solamente es figura del
Cuerpo de Cristo, sino que se convierte en este mismo Cuerpo, según ha dicho el
Señor: El pan que yo daré es mi propia
carne (Jn 6,51). Por eso el Señor conserva las especies de pan y vino, pero
convierte a éstos en la realidad de su carne y de su sangre» (Teofilacto, Enarratio in Evangelium Marci, ad loc.).
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