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Os daré pastores (Jr 23,1-6)

16º domingo del Tiempo ordinario – B. 1ª lectura
1 ¡Ay de los pastores que pierden y dispersan las ovejas de mi majada! —oráculo del Señor—. 2 Por eso, así dice el Señor, Dios de Israel, acerca de los pastores que apacientan a mi pueblo: «Vosotros habéis dispersado mis ovejas, las habéis ahuyentado, no habéis cuidado de ellas. Mirad que Yo mismo me ocuparé de castigar la maldad de vuestras obras —oráculo del Señor—. 3 Congregaré los restos de mis ovejas de todas las tierras adonde las expulsé, y las haré volver a sus pastos para que crezcan y se multipliquen. 4 Pondré sobre ellas pastores que las apacienten, para que no teman más, ni se espanten, ni falte ninguna —oráculo del Señor—.
5 Mirad que vienen días
—oráculo del Señor—,
en que suscitaré a David un brote justo,
que rija como rey y sea prudente,
y ejerza el derecho y la justicia en la tierra.
6 En sus días Judá será salvada,
e Israel habitará en seguridad,
y éste será el nombre con que le llamen:
“El Señor, nuestra Justicia”.
En los capítulos anteriores de libro de Jeremías (21,1-22,30) se ha anunciado el destierro que habría de llegar y llegó como consecuencia de las infidelidades a la Alianza por parte de los reyes. Contra estos, por orden cronológico, han ido dirigidos los últimos oráculos. Ahora Jeremías mira al futuro y, mediante la imagen de los pastores, anuncia una nueva era en la que Dios mismo se ocupará de pasto­rear-regir a su pueblo (vv. 1-4); suscitará un nuevo rey que obrará la justicia (vv. 5-6); y, en consecuencia, la nueva situación nacida tras la vuelta del destierro será más gloriosa que la vivida tras el éxodo de Egipto (vv. 7-8).
Juan Pablo II se apoya en este oráculo para subrayar la presencia continua de pastores que regirán el nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia: «Con estas palabras del profeta Jeremías Dios promete a su pueblo no dejarlo nunca privado de pastores que lo congreguen y lo guíen: “Pondré al frente de ellas (o sea, de mis ovejas) Pastores que las apacienten, y nunca más estarán medrosas ni asustadas” (Jr 23,4). La Iglesia, Pueblo de Dios, experimenta siempre el cumplimiento de este anuncio profético y, con alegría, da continuamente gracias al Señor. Sabe que Jesucristo mismo es el cumplimiento vivo, supremo y definitivo de la promesa de Dios: “Yo soy el buen Pastor” (Jn 10,11). Él, “el gran Pastor de las ovejas” (Hb 13,20), encomienda a los apóstoles y a sus sucesores el ministerio de apacentar la grey de Dios (cfr Jn 21,15ss.; 1 P 5,2)» (Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, n. 1).
La promesa del nuevo rey (vv 5-6) es ­clave para entender el pensamiento de Jeremías. El texto está repetido con ­pequeños retoques en 33,15-16. La expresión «vienen días» es frecuente en oráculos de salvación como referencia al tiempo escatológico, aunque también puede referirse a la vuelta del destierro. El «brote justo» que designa al rey venidero llegará a ser término técnico del Mesías, tanto en Zacarías (Za 3,8; 6,12) como en el Nuevo Testamento (cfr Lc 1,78): es «justo», «ejercerá la justicia» y será llamado «el Señor, nuestra Justicia». Tal insistencia indica, en primer lugar, que Jeremías quiere legitimar la subida al trono de Sedecías, nombre que significa «justicia del Señor»; pero también muestra que el futuro Mesías será descendiente legal de David, puesto que el Señor lo garantiza al llamarlo «brote justo» o brote legítimo. Y, sobre todo, enseña que en la nueva era reinará la justicia porque habrá paz y seguridad plena: será la época definitiva de salvación.
Jeremías, por tanto, anuncia la llegada de un descendiente de David, que aportará una nueva etapa de prosperidad y salvación. El de Anatot es el último profeta que habla de un Mesías-Rey, intermediario entre Dios y el pueblo. Con todo, el profeta promete la intervención inmediata de Dios (23,2).

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