19º domingo del Tiempo ordinario
– B. 2ª lectura
30 Y
no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios con el que habéis sido sellados para
el día de la redención.
31 Que
desaparezca de vosotros toda amargura, ira, indignación, griterío o blasfemia y
cualquier clase de malicia. 32 Sed, por el contrario, benévolos unos
con otros, compasivos, perdonándoos mutuamente como Dios os perdonó en Cristo.
5,1 Imitad,
por tanto, a Dios, como hijos queridísimos, 2 y caminad en el amor,
lo mismo que Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y ofrenda
de suave olor ante Dios.
Cuando Israel fue
redimido de la esclavitud egipcia, la sangre del cordero pascual con la que
habían sido rociadas las puertas de las casas israelitas fue la señal
distintiva de quienes debían salvarse. De modo análogo, el sello del Espíritu
Santo, recibido en los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, es la
señal imborrable grabada en el alma de quienes son llamados a la salvación en
virtud de la Redención realizada por Cristo. Mediante ese sello «el cristiano
participa del sacerdocio de Cristo y forma parte de la Iglesia según estados y
funciones diversos. Esta configuración con Cristo y con la Iglesia, realizada
por el Espíritu, es indeleble (Cc. de Trento: DS 1609); permanece para siempre
en el cristiano como disposición positiva para la gracia, como promesa y
garantía de la protección divina y como vocación al culto divino y al servicio
de la Iglesia. Por tanto, estos sacramentos no pueden ser reiterados» (Catecismo de la Iglesia Católica, n.
1121).
Santificarse es entrar
en el ámbito de Dios, que es el Único Santo. El camino para lograrlo es imitar
el amor y la entrega de Jesucristo (vv. 1-2). Cristo se entregó voluntariamente
a la muerte, llevado de su amor hacia todos los hombres. Las palabras «oblación
y ofrenda de suave olor» (v. 2) evocan el recuerdo de los sacrificios de la
antigua Ley; con ellas se realza el carácter sacrificial de la muerte de
Cristo, subrayando que su obediencia ha sido grata a Dios Padre. El cristiano
está llamado a imitar esa entrega: «Quien lucha contra el pecado hasta derramar
la sangre por la salvación de otros, hasta el punto de entregar por ellos su
vida, ése camina en el amor e imita a Cristo, que nos amó tanto que soportó la
Cruz por la salvación de todos» (S. Jerónimo, Commentarii in Ephesios 3,5,2).
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