18º domingo del Tiempo
ordinario – B. Evangelio
24 Cuando
la multitud vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las
barcas y fueron a Cafarnaún buscando a Jesús. 25 Y al encontrarle en
la otra orilla del mar, le preguntaron:
—Maestro, ¿cuándo has
llegado aquí?
26 Jesús
les respondió:
—En verdad, en verdad
os digo que vosotros me buscáis no por haber visto los signos, sino porque
habéis comido los panes y os habéis saciado. 27 Obrad no por el
alimento que se consume sino por el que perdura hasta la vida eterna, el que os
dará el Hijo del Hombre, pues a éste lo confirmó Dios Padre con su sello.
28 Ellos
le preguntaron:
—¿Qué debemos hacer
para realizar las obras de Dios?
29 Jesús
les respondió:
—Ésta es la obra de
Dios: que creáis en quien Él ha enviado.
30 Le
dijeron:
—¿Y qué signo haces tú,
para que lo veamos y te creamos? ¿Qué obras realizas tú? 31 Nuestros
padres comieron en el desierto el maná, como está escrito: Les dio a comer pan
del cielo.
32 Les
respondió Jesús:
—En verdad, en verdad
os digo que Moisés no os dio el pan del cielo, sino que mi Padre os da el
verdadero pan del cielo. 33 Porque el pan de Dios es el que ha
bajado del cielo y da la vida al mundo.
34 —Señor,
danos siempre de este pan —le dijeron ellos.
35 Jesús
les respondió:
—Yo soy el pan de vida;
el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá nunca sed.
Este discurso de Jesús
se abre con una introducción a modo de diálogo entre Él y los judíos, donde se
revela cuáles son los bienes mesiánicos que Él trae. Los interlocutores creían
que el maná —alimento que diariamente recogían los hebreos en su caminar por el
desierto (cfr Ex 16,13ss.)— era símbolo de los bienes que traería el Mesías;
por eso piden a Jesús que realice un portento semejante al del maná. Pero no podían
ni siquiera sospechar que el maná sólo era figura del gran don mesiánico que
Dios iba a comunicar a los hombres: su propio Hijo presente en el misterio de
la Sagrada Eucaristía. En el diálogo, Jesús intenta conducirles a un acto de fe
en Él, para después revelarles abiertamente el misterio de su presencia en la
Eucaristía.
«A éste lo confirmó
Dios Padre con su sello» (v. 27). Con esta frase alude el Señor a la condición
por la que sólo Él, el Hijo del Hombre, puede dar a los hombres los dones
mencionados: porque siendo Jesús Dios y hombre, su naturaleza humana es el
instrumento por el que actúa la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Santo
Tomás de Aquino comenta así esta frase: «Lo que el Hijo del Hombre dará, lo
posee en cuanto supera a todos los demás hombres por su singular y eminente
plenitud de gracia (...). Cuando un sello se imprime en la cera, ésta recibe
toda la forma del sello. Así el Hijo recibió toda la forma del Padre. Y esto de
dos modos: uno eterno (generación eterna), del cual no se habla aquí porque el
sello y lo sellado son de distinta naturaleza. El otro, que es el que hay que
entender aquí, es el misterio de la Encarnación, por el que Dios Padre imprimió
en la naturaleza humana el Verbo, que es resplandor y sello de su sustancia,
como dice Hebreos (1,3)» (Super
Evangelium Ioannis, ad loc.).
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