23º domingo del Tiempo ordinario – B.
Evangelio
31 De nuevo, salió de la región de Tiro y
vino a través de Sidón hacia el mar de Galilea, cruzando el territorio de la Decápolis. 32 Le
traen a uno que era sordo y que a duras penas podía hablar y le ruegan que le
imponga la mano. 33 Y apartándolo de la muchedumbre, le metió los
dedos en las orejas y le tocó con saliva la lengua; 34 y mirando al
cielo, suspiró, y le dijo:
—Effetha
—que significa: «Ábrete».
35 Y se le abrieron los oídos, quedó
suelta la atadura de su lengua y empezó a hablar correctamente. 36 Y
les ordenó que no se lo dijeran a nadie. Pero cuanto más se lo mandaba, más lo
proclamaban; 37 y estaban tan maravillados que decían:
—Todo
lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
El Señor realiza ahora una curación con unos gestos simbólicos que
indican el poder salvador de su naturaleza humana. La liturgia de la Iglesia recogió durante un
tiempo estos signos en la ceremonia del Bautismo, significando que Cristo abre
los oídos del hombre para escuchar y aceptar la palabra de Dios: «El sacerdote,
por tanto, te toca los oídos para que se te abran a la explicación y sermón del
sacerdote. (...) Abrid, pues los oídos y recibid el buen olor de la vida eterna
inhalado en vosotros por medio de los sacramentos. Esto os explicamos en la
celebración de la ceremonia de “apertura” cuando hemos dicho: “Effeta, esto es, ábrete”» (S. Ambrosio, De mysteriis 1,2-3).
Éste es el tercer milagro que recoge Marcos en el que Jesús prohíbe
que se divulgue el hecho. Antes, lo había prohibido en la curación de un
leproso (1,44) y en una resurrección (5,43); ahora lo hace con un sordomudo (v.
36), y poco después lo hará con un ciego (cfr 8,26). Son prácticamente los
mismos signos con los que, en otra ocasión, indicó a los discípulos del
Bautista que Él era el Mesías (cfr Mt 11,2-5; Lc 7,18-23 y notas). San Marcos
recoge el mandato del silencio en todos estos lugares para recordar que Jesús
quería que se entendiera su misión de Mesías a la luz de la cruz.
Sin embargo, el mandato no fue obedecido (v. 36). San Agustín, al
observar la aparente contradicción entre el mandato de silencio de Jesús y la
desobediencia del sordomudo, dice que de esta forma el Señor «quería mostrar a
los perezosos con cuanto mayor afán y fervor deben anunciarlo a Él aquellos a
quienes ordena que lo anuncien, si aquellos a quienes se prohibía hacer
publicidad eran incapaces de callar» (De
consensu Evangelistarum 4,4,15).
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