26º domingo del Tiempo ordinario – C.
1ª lectura
1a ¡Ay
de los que viven tranquilos en Sión
y confían en la montaña de Samaría!
4 los
que se acuestan en lechos de marfil,
se echan en divanes,
comen corderos del rebaño
y terneros del establo,
5 los
que canturrean al son del arpa,
y se inventan, ¡como si fueran David!,
instrumentos de música,
6 los
que beben vino en cálices,
y se ungen con los primeros ungüentos,
pero no se afligen por la ruina de
José.
7 Por
eso, ahora irán al cautiverio
los primeros entre los cautivos,
y se acabará la orgía de los
corruptos.
Con este «¡Ay!» (v. 1) comienza la última sección de la segunda parte
del libro de Amós. En ella se pueden distinguir dos fragmentos distintos, pero
que coinciden en el motivo del reproche: la riqueza y el orgullo. El primero,
que es el que leemos este domingo (vv. 1-7), es un reproche a los que viven de
modo inconsciente (vv. 4-6), tanto en Sión como en Samaría (v. 1), poniendo su
confianza en las clases dirigentes y opulentas de «la primera de las naciones»,
es decir, el reino del Norte o Samaría. El cargo principal es vivir lujosamente
y con despreocupación de las desgracias de los demás.
La advertencia no deja de tener vigencia en todos los momentos de la
historia humana: «Descendiendo a consecuencias prácticas y muy urgentes, el
Concilio inculca el respeto al hombre, de forma que cada uno, sin ninguna
excepción, debe considerar al prójimo como otro
yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para
vivirla dignamente (...). En nuestros días principalmente urge la obligación de
acercarnos a cualquier otro hombre y servirle activamente cuando llegue la
ocasión, ya se trate de un anciano abandonado por todos, o de un trabajador
extranjero injustamente despreciado, o de un desterrado, o de un niño nacido de
una unión ilegítima que sufre inmerecidamente a causa de un pecado que él no ha
cometido, del hambriento que interpela nuestra conciencia recordándonos la
palabra del Señor: Cuantas veces
hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis (Mt
25,40)» (Gaudium et spes, n. 27).
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