31º domingo del Tiempo ordinario – C.
1ª lectura
22
Ante ti el universo entero es como mota de polvo en la balanza,
como gota de rocío mañanero que baja a la tierra.
23 Pero te apiadas de todos, porque todo lo
puedes;
no miras los pecados de los hombres a fin de que se
conviertan.
24 Amas a todos los seres
y no odias nada de lo que hiciste;
porque si odiaras algo, no lo hubieras dispuesto.
25 ¿Cómo podría permanecer algo, si Tú no lo
quisieras?
¿Cómo podría conservarse algo que Tú no llamaras?
26 Tú perdonas a todos, porque son tuyos,
Señor, amigo de la vida.
12,1 Tu aliento incorruptible está en todas las
cosas.
2
Por eso corriges poco a poco a los que caen;
los corriges recordándoles sus pecados,
para que se aparten del mal y crean en ti, Señor.
La reflexión y enseñanza del amor y misericordia de
Dios por todos los seres creados no son, evidentemente, nuevos del libro de la Sabiduría (ver Os 6,4-6;
Jon 3,1-4,11); pero quizá nunca antes habían sido manifestados como aquí
(especialmente vv. 23-26), con tanta fuerza expresiva, y al modo de
razonamiento sapiencial sobre la universalidad de la misericordia divina con
los hombres pecadores y sobre la actuación del amor en la creación y conservación
de las criaturas. Santo Tomás expuso con su habitual rigor la cuestión: nunca
habría creado Dios a un ser si no lo hubiera amado como procedente de Él mismo,
como poseedor de una participación, por mínima que sea, de la suprema bondad:
«Dios ama a todos los seres existentes. No del mismo modo que nosotros; porque
nuestra voluntad no es causa de la bondad de las cosas, sino que a ésta es
movida como hacia su objeto (...); en cambio, el amor de Dios es el que infunde
y crea la bondad en las cosas» (Summa
theologiae, 1,20,2).
Es, pues, por un designio misericordioso por el que
Dios castiga a veces a los hombres. Este designio divino es el que 11,23-26 se
complace en enseñar más allá de todo límite: Dios es todopoderoso, no hay nada
ni nadie que se le pueda resistir; su misericordia no es efecto de debilidad,
sino del amor: Él es amigo de la vida.
Orígenes se apoya en este pasaje para enseñar el
amor universal de Dios: «Así, siendo hijos suyos, el Señor nos exhorta a
cultivar la misma disposición, enseñándonos a extender lo más posible nuestros
beneficios a todos los hombres. Y es así que Él mismo se dice ser “salvador de
todos los hombres, especialmente de los creyentes” (1 Tm 4,10) y su Cristo
“propiciación por nuestros pecados... y por los de todo el mundo” (1 Jn 2,2)» (Contra Celsum 4,28).
San Gregorio Magno, en sus homilías al pueblo de
Roma, exhortaba a buscar la inmensa misericordia de Dios con los pecadores: «He
aquí que llama a todos los que se han manchado, desea abrazarlos, y se queja de
que le han abandonado. No perdamos este tiempo de misericordia que se nos
ofrece, no menospreciemos los remedios de tanta piedad que el Señor nos brinda.
Su benignidad llama a los extraviados y nos prepara, cuando volvamos a Él, el
seno de su clemencia. Piense cada cual en la deuda que le abruma, cuando Dios
le aguarda y no se exaspera con el desprecio. El que no quiso permanecer con
Él, que vuelva; el que menospreció estar firme a su lado, que se levante» (Homiliae in Evangelia 33).
Se subraya también la providencia amorosa de Dios
hacia todas las criaturas. El Catecismo
de la Iglesia
Católica explicará: «Realizada la creación, Dios no
abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que
la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término.
Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de
sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza» (n. 301).
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