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Mostrando entradas de septiembre, 2022

La fuerza de la fe (Lc 17,5-10)

27º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio 5 Los apóstoles le dijeron al Señor: —Auméntanos la fe. 6 Respondió el Señor: —Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a esta morera: arráncate y plántate en el mar, y os obedecería. 7 Si uno de vosotros tiene un siervo en la labranza o con el ganado y regresa del campo, ¿acaso le dice: «Entra enseguida y siéntate a la mesa?» 8 Por el contrario, ¿no le dirá más bien: «Prepárame la cena y dispónte a servirme mientras como y bebo, que después comerás y beberás tú?» 9 ¿Es que tiene que agradecerle al siervo el que haya hecho lo que se le había mandado? 10 Pues igual vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: «Somos unos siervos inútiles; no hemos hecho más que lo que teníamos que hacer». En los versículos inmediatamente anteriores (vv. 3-4), el Señor había invitado a la grandeza de corazón en el perdón de las ofensas. Los Apóstoles son conscientes de la dificultad de esas exigencias, por eso

El don del sacerdocio (2 Tm 1,6-8.13-14)

27º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura 6 Por esta razón, te recuerdo que tienes que reavivar el don de Dios que recibiste por la imposición de mis manos, 7 porque Dios no nos dio un espíritu de timidez, sino de fortaleza, caridad y templanza. 8 Así pues, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; al contrario, comparte conmigo los sufrimientos por el Evangelio con fortaleza de Dios. 13 Ten por norma las palabras sanas que me escuchaste con la fe y la caridad que tenemos en Cristo Jesús. 14 Guarda el buen depósito por medio del Espíritu Santo que habita en nosotros. El rito de la imposición de las manos, mencionado también en 1 Tm 4,14, comunicaba el don del ministerio apostólico. La Iglesia ha conservado intactos estos elementos esenciales del sacramento del Orden: la imposición de las manos y las palabras consecratorias del Obispo (cfr Pablo VI, Pontificalis Romani recognitio ). El «don de Dios» (v. 6) alude al «carácter» sacerdotal

El justo vive de la fe (Ha 1,2-3; 2,2-4)

27º domingo del Tiempo ordinario – C. 1ª lectura 1,2 ¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me escuches? ¿Gritaré a Ti: «¡Violencia!», sin que me salves? 3 ¿Por qué me haces ver la iniquidad, y contemplar la fatiga? Pues ante mí están la desolación y la violencia, surgen contiendas y se promueven riñas. 2,2 El Señor me respondió diciendo: «Escribe la visión, grábala clara en tablillas, para que pueda leerse de corrido. 3 Porque la visión aguarda su tiempo, aspira a su fin, pero no defrauda; si se demora, espérala, pues de cierto llegará sin falta». 4 Se derrumbará el que no tiene alma recta, pero el justo vivirá por su fidelidad. En esta primera parte de este libro se concentran el mensaje y las circunstancias históricas de la obra. Parece un diálogo entre el Señor y el profeta. Primero, lamento del profeta ante Dios enumera los desastres que sufre el pueblo: iniquidades, violencia, robo, incumplimiento de la Ley , injusticias, etc. (1

El rico epulón y el pobre Lázaro (Lc 16,19-31)

26º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio 19 Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y todos los días celebraba espléndidos banquetes. 20 En cambio, un pobre llamado Lázaro yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, 21 deseando saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían a lamerle las llagas. 22 Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió también el rico y fue sepultado. 23 Estando en los infiernos, en medio de los tormentos, levantando sus ojos vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno; 24 y gritando, dijo: «Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y me refresque la lengua, porque estoy atormentado en estas llamas». 25 Contestó Abrahán: «Hijo, acuérdate de que tú recibiste bienes durante tu vida y Lázaro, en cambio, males; ahora aquí él es consolado y tú atormentado. 26 Además de todo esto, entre vosotros y nosotros se inter

Lealtad a la fe recibida (1 Tm 6,11-16)

26º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura 11 Tú, hombre de Dios, busca la justicia, la piedad, la fe, la caridad, la constancia y la mansedumbre. 12 Pelea el noble combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que has sido llamado y para la que hiciste solemne profesión en presencia de muchos testigos. 13 Te ordeno en la presencia de Dios, que da vida a todo, y de Cristo Jesús, que dio el solemne testimonio ante Poncio Pilato, 14 que conserves lo mandado, sin tacha ni culpa, hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo; 15 manifestación que hará patente en el momento oportuno el bienaventurado y único Soberano, el Rey de los reyes y el Señor de los señores; 16 el único que es inmortal, el que habita en una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A Él, el honor y el imperio eterno. Amén. La obligación de ser leales y atenerse a lo mandado, dando testimonio ante todos de la fe que se profesa, se urge en la presencia de Dios Padre

Falsa seguridad de las riquezas (Am 6,1a.4-7)

26º domingo del Tiempo ordinario – C. 1ª lectura 1a ¡Ay de los que viven tranquilos en Sión y confían en la montaña de Samaría! 4 los que se acuestan en lechos de marfil, se echan en divanes, comen corderos del rebaño y terneros del establo, 5 los que canturrean al son del arpa, y se inventan, ¡como si fueran David!, instrumentos de música, 6 los que beben vino en cálices, y se ungen con los primeros ungüentos, pero no se afligen por la ruina de José. 7 Por eso, ahora irán al cautiverio los primeros entre los cautivos, y se acabará la orgía de los corruptos. Con este «¡Ay!» (v. 1) comienza la última sección de la segunda parte del libro de Amós. En ella se pueden distinguir dos fragmentos distintos, pero que coinciden en el motivo del reproche: la riqueza y el orgullo. El primero, que es el que leemos este domingo (vv. 1-7), es un reproche a los que viven de modo inconsciente (vv. 4-6), tanto en Sión como en Samaría (v. 1), poniendo su confianza en la

El administrador infiel (Lc 16,1-13)

25º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio 1 Decía también a los discípulos: —Había un hombre rico que tenía un administrador, al que acusaron ante el amo de malversar la hacienda. 2 Le llamó y le dijo: «¿Qué es esto que oigo de ti? Dame cuentas de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando». 3 Y dijo para sí el administrador: «¿Qué voy a hacer, ya que mi señor me quita la administración? Cavar no puedo; mendigar me da vergüenza. 4 Ya sé lo que haré para que me reciban en sus casas cuando me despidan de la administración». 5 Y, convocando uno a uno a los deudores de su amo, le dijo al primero: «¿Cuánto debes a mi señor?» 6 Él respondió: «Cien medidas de aceite». Y le dijo: «Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta». 7 Después le dijo a otro: «¿Y tú cuánto debes?» Él respondió: «Cien cargas de trigo». Y le dijo: «Toma tu recibo y escribe ochenta». 8 El amo alabó al administrador infiel por haber actuado sagazmente; porque los hijos de este mundo

Dios quiere que todos los hombres se salven (1 Tm 2,1-8)

25º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura 1 Te encarezco ante todo que se hagan súplicas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres, 2 por los emperadores y todos los que ocupan altos cargos, para que pasemos una vida tranquila y serena con toda piedad y dignidad. 3 Todo ello es bueno y agradable ante Dios, nuestro Salvador, 4 que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. 5  Porque uno solo es Dios y uno solo también el mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre, 6 que se entregó a sí mismo en redención por todos. Éste es el testimonio dado a su debido tiempo. 7 Yo he sido constituido mensajero y apóstol de ese testimonio —digo la verdad, no miento—, doctor de los gentiles en la fe y en la verdad. 8 Por tanto, quiero que los hombres hagan oración en todo lugar, alzando sus manos inocentes, sin ira ni disensiones. Se ha de rezar por todos los hombres, no sólo por los amigos o bienhechore

Denuncia de los explotadores (Am 8,4-7)

25º domingo del Tiempo ordinario – C. 1ª lectura 4 Escuchad esto, los que explotáis al pobre para acabar con los humildes del país; 5 los que decís: «¿Cuándo pasará la luna nueva para que vendamos el grano; y el sábado, para que abramos el mercado del trigo, achicando las medidas, aumentando el precio, pesando con balanzas falsas, 6 comprando al desvalido por dinero, y al pobre por un par de sandalias, y vendamos hasta el salvado?». 7 El Señor ha jurado por la soberbia de Jacob: ¡No olvidaré jamás ninguna de sus obras! La cuarta visión de Amós, la de las frutas maduras, que precede inmediatamente a este texto (vv. 1-3), introduce esta denuncia de injusticias (vv. 4-8) y abre el camino a una nueva descripción del «día del Señor» (vv. 9-14). Las tres cosas están muy relacionadas. En la visión, el profeta juega con los términos «frutas maduras», qaytz , y «fin», qetz (cfr v. 2). Indica así que el proceso de corrupción de Israel (vv. 4-8) ha llegado a su tér

Un Dios que perdona (Lc 15,1-32)

24º domingo del Tiempo ordinario – C. Evangelio 1 Se le acercaban todos los publicanos y pecadores para oírle. 2 Pero los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: —Éste recibe a los pecadores y come con ellos. 3 Entonces les propuso esta parábola: 4 —¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y sale en busca de la que se perdió hasta encontrarla? 5 Y, cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso, 6 y, al llegar a casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: «Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me perdió». 7 Os digo que, del mismo modo, habrá en el cielo mayor alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión. 8 ¿O qué mujer, si tiene diez dracmas y pierde una, no enciende una luz y barre la casa y busca cuidadosamente hasta encontrarla? 9 Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas y les dice: «Alegraos conmigo, porque he

Jesús vino a salvar a los pecadores (1Tm 1,12-17)

24º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura 12 Doy gracias a aquel que me ha llenado de fortaleza, a Jesucristo nuestro Señor, porque me ha considerado digno de su confianza al conferirme el ministerio, 13 a mí, que antes era blasfemo, perseguidor e insolente. Pero alcancé misericordia porque actué por ignorancia cuando no tenía fe. 14 Y sobreabundó en mí la gracia de nuestro Señor, junto con la fe y la caridad, en Cristo Jesús. 15 Podéis estar seguros y aceptar plenamente esta verdad: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y de ellos el primero soy yo. 16 Pero por eso he alcanzado misericordia, para que yo fuera el primero en quien Cristo Jesús mostrase toda su longanimidad, y sirviera de ejemplo a quienes van a creer en él para llegar a la vida eterna. 17 Al rey de los siglos, al inmortal, invisible y único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén. El reconocimiento de las limitaciones personales o de la propia indignidad, no es ob

El Señor renunció al mal que había anunciado (Ex 32,7-11.13-14)

24º domingo del Tiempo ordinario – C. 1ª lectura 7 En aquellos días, el Señor dijo a Moisés: —Anda, baja porque se ha pervertido tu pueblo, el que sacaste del país de Egipto. 8 Pronto se han apartado del camino que les había ordenado. Se han hecho un becerro fundido y se han postrado ante él; le han ofrecido sacrificios y han exclamado: «Éste es tu dios, Israel, el que te ha sacado del país de Egipto». 9 Y dijo el Señor a Moisés: —Ya veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. 10 Ahora, deja que se inflame mi cólera contra ellos hasta consumirlos; de ti, en cambio, haré un gran pueblo. 11 Moisés entonces suplicó al Señor, su Dios, diciendo: —¿Por qué, Señor, ha de inflamarse tu cólera contra tu pueblo, al que has sacado del país de Egipto con gran poder y mano fuerte? 13 Acuérdate de Abrahán, de Isaac y de Israel, tus siervos, a quienes juraste por ti mismo diciendo: «Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo; y toda esta tierra que os he prome