13 »Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa ¿con qué se salará? No vale más que para tirarla fuera y que la pisotee la gente.
14 »Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte; 15 ni se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero para que alumbre a todos los de la casa. 16 Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos.
Las imágenes de la sal y de la luz reflejan la condición de quien vive las bienaventuranzas, es decir, del discípulo de Jesús, y señalan la importancia de las buenas obras (v. 16). Cada uno ha de luchar por la santificación personal, pero también por la santificación de los demás. Jesús lo enseña con estas dos expresivas imágenes.
La sal preserva de la corrupción los alimentos. En los sacrificios de la Antigua Ley simbolizaba la inviolabilidad y permanencia de la Alianza (cfr Lv 2,13). El Señor manifiesta que sus discípulos son la sal de la tierra, es decir, los que dan sabor divino a todo lo humano, y los que preservan al mundo de la corrupción, manteniendo viva la Alianza con Dios. «Lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo» (Epistula ad Diognetum 6,1).
La luz es necesaria para caminar, para vivir. En el Antiguo Testamento, esa luz necesaria es Dios (cfr p. ej. Sal 27,1), y la palabra de Dios (cfr p. ej. Sal 119,105). Los discípulos de Jesús deben ser también, como Él mismo, luz para los que yacen en tinieblas (cfr 4,16; Is 8,23-9,1). «Me parece que esta antorcha representa la caridad que debe iluminar y alegrar no sólo a aquellos que más quiero, sino a todos los que están en la casa» (Sta. Teresa de Lisieux, Manuscritos autobiográficos 9). Con la caridad, todas las buenas obras serán instrumentos de apostolado cristiano: «Son innumerables las ocasiones que tienen los laicos para ejercer el apostolado de la evangelización y la santificación. El mismo testimonio de su vida cristiana y las obras hechas con sentido sobrenatural tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios: alumbre así vuestra luz ante los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Conc. Vaticano II, Apostolicam actuositatem, n. 6).
Si los discípulos pierden su identidad cristiana, se quedan en nada. Es lo que ocurre con los restos de la sal. También los cristianos se convierten en un sinsentido si su seguimiento de Cristo no se traduce en obras concretas (vv. 14-15). El celemín es una medida de áridos —de unos 8,7 litros— que, probablemente, se utilizaba para apagar las lámparas de aceite por la noche evitando así que la casa se llenara de humo. El Señor no nos da la luz para que la tengamos apagada.
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