33º domingo del Tiempo ordinario – A .
Evangelio
14 Porque
es como un hombre que al marcharse de su tierra llamó a sus servidores y les
entregó sus bienes. 15 A
uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno sólo: a cada uno según su
capacidad; y se marchó. 16 El que había recibido cinco talentos fue
inmediatamente y se puso a negociar con ellos y llegó a ganar otros cinco. 17
Del mismo modo, el que había recibido dos ganó otros dos. 18 Pero
el que había recibido uno fue, hizo un agujero en la tierra y escondió el
dinero de su señor. 19 Después de mucho tiempo, regresó el amo de
dichos servidores e hizo cuentas con ellos. 20 Cuando se presentó el
que había recibido los cinco talentos, entregó otros cinco diciendo: «Señor,
cinco talentos me entregaste; mira, he ganado otros cinco talentos». 21 Le
respondió su amo: «Muy bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo
poco, yo te confiaré lo mucho: entra en la alegría de tu señor». 22 Se
presentó también el que había recibido los dos talentos y dijo: «Señor, dos
talentos me entregaste; mira, he ganado otros dos talentos». 23 Le
respondió su amo: «Muy bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo
poco, yo te confiaré lo mucho: entra en la alegría de tu señor». 24 Cuando
llegó por fin el que había recibido un talento, dijo: «Señor, sé que eres
hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; 25
por eso tuve miedo, fui y escondí tu talento en tierra: aquí tienes lo
tuyo». 26 Su amo le respondió: «Siervo malo y perezoso, sabías que
cosecho donde no he sembrado y que recojo donde no he esparcido; 27 por
eso mismo debías haber dado tu dinero a los banqueros, y así, al venir yo,
hubiera recibido lo mío con los intereses. 28 Por lo tanto, quitadle
el talento y dádselo al que tiene los diez.
29 »Porque
a todo el que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene
incluso lo que tiene se le quitará. 30 En cuanto al siervo inútil,
arrojadlo a las tinieblas de afuera: allí habrá llanto y rechinar de dientes».
El talento no era propiamente una moneda, sino una unidad contable que
equivalía aproximadamente a unos treinta y cuatro kilos de plata (cfr nota a
18,21-35). El Señor enseña en esta parábola la necesidad de corresponder a la
gracia de manera esforzada durante toda la vida. Hemos de hacer
rendir los dones naturales y las gracias sobrenaturales recibidas de Dios. Lo
importante no es el número, sino la generosidad para corresponder: «Me parece
muy oportuno fijarnos en la conducta del que aceptó un talento: se comporta de
un modo que en mi tierra se llama cuquería. Piensa, discurre con aquel cerebro
de poca altura y decide: fue e hizo un
hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. ¿Qué ocupación escogerá
después este hombre, si ha abandonado el instrumento de trabajo? Ha decidido
irresponsablemente optar por la comodidad de devolver sólo lo que le
entregaron. (...) ¡Qué tristeza no sacar partido, auténtico rendimiento de
todas las facultades, pocas o muchas, que Dios concede al hombre para que se
dedique a servir a las almas y a la sociedad. Cuando el cristiano mata su tiempo en
la tierra, se coloca en peligro de matar
su Cielo: cuando por egoísmo se retrae, se esconde, se despreocupa. El que
ama a Dios, no sólo entrega lo que tiene, lo que es, al servicio de Cristo: se
da él mismo. (...) ¿Tu vida para ti? Tu vida para Dios, para el bien de todos
los hombres, por amor al Señor. ¡Desentierra ese talento! Hazlo productivo: y
saborearás la alegría de que, en este negocio sobrenatural, no importa que el
resultado no sea en la tierra una maravilla que los hombres puedan admirar. Lo
esencial es entregar todo lo que somos y poseemos, procurar que el talento
rinda, y empeñarnos continuamente en producir buen fruto» (S. Josemaría
Escrivá, Amigos de Dios, nn. 45-47).
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