¡Ay de mí si no evangelizara! (1 Co 9,16-19.22-23)
5º domingo del Tiempo ordinario – B.
2ª lectura
16 Porque
si evangelizo, no es para mí motivo de gloria, pues es un deber que me incumbe.
¡Ay de mí si no evangelizara! 17 Si lo hiciera por propia
iniciativa, tendría recompensa; pero si lo hago por mandato, cumplo una misión
encomendada. 18 ¿Cuál es entonces mi recompensa? Predicar el
Evangelio entregándolo gratuitamente, sin hacer valer mis derechos por el
Evangelio.
19 Porque
siendo libre de todos, me hice siervo de todos para ganar a cuantos más pueda. 22
Me hice débil con los débiles, para ganar a los débiles. Me he hecho todo
para todos, para salvar de cualquier manera a algunos. 23 Y todo lo
hago por el Evangelio, para tener yo también parte en él.
Anunciar a Jesucristo es una exigencia ineludible de todo cristiano
(v. 18): «El verdadero apóstol busca ocasiones de anunciar a Cristo con la
palabra: a los no creyentes para llevarlos a la fe; a los fieles, para
instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más fervorosa: Porque la caridad de Cristo nos urge (2
Co 5,14), y en el corazón de todos deben resonar las palabras del Apóstol: ¡Ay de mí si no evangelizara!» (Conc.
Vaticano II, Apostolicam actuositatem,
n. 6).
«Me he hecho todo para todos» (v. 22). San Pablo nunca excluyó a nadie
de su labor apostólica: «El cristiano ha de mostrarse siempre dispuesto a
convivir con todos, a dar a todos —con su trato— la posibilidad de acercarse a
Cristo Jesús. Ha de sacrificarse gustosamente por todos, sin distinciones, sin
dividir las almas en departamentos estancos, sin ponerles etiquetas como si
fueran mercancías o insectos disecados. No puede el cristiano separarse de los
demás, porque su vida sería miserable y egoísta: debe hacerse todo para todos,
para salvarlos a todos» (S. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 124).
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