El arco iris (Gn 9,8-15)
8 Dijo
Dios a Noé y, con él, a sus hijos:
9 —He
aquí que yo establezco mi alianza con vosotros y con vuestra descendencia; 10
con todo ser vivo que esté con vosotros —aves, ganados y todos los
animales de la tierra que os acompañan—, con todo lo que ha salido del arca y
con todos los vivientes de la tierra. 11 Establezco, pues, mi
alianza con vosotros: nunca más será exterminada toda carne por las aguas del
diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra.
12 Y
añadió Dios:
—Ésta es la señal de la alianza que
establezco entre vosotros y yo, y con todo ser vivo que esté con vosotros, para
generaciones perpetuas: 13 Pongo mi arco en las nubes, que servirá
de señal de la alianza entre la tierra y yo. 14 Cuando yo haga
nublarse la tierra, aparecerá el arco en las nubes, 15 y me acordaré
de la alianza entre vosotros y yo, y con todo ser vivo, con toda carne; y las
aguas no serán ya más un diluvio que destruya toda carne.
La promesa que Dios había hecho, al mostrar su agrado ante el
sacrificio de Noé, de no enviar más un diluvio sobre la tierra (cfr Gn 8,20-22),
la renueva ahora en el marco de una alianza que afecta a toda la creación, y
que se ratifica mediante una señal: el arco iris.
Comienza así la historia de las diversas alianzas que Dios libremente
va estableciendo con los hombres. Esta primera alianza con Noé se extiende a
toda la creación purificada y renovada por el diluvio. Después vendrá la
alianza con Abrahán, que afectará sólo a él y a sus descendientes (cfr cap.
17). Finalmente, bajo Moisés, establecerá la alianza del Sinaí (cfr Ex 19),
también limitada al pueblo de Israel. Pero como los hombres no fueron capaces
de guardar estas sucesivas alianzas, Dios prometió, por boca de los profetas,
establecer en los tiempos mesiánicos una nueva alianza: «Pondré mi ley en su
interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos mi
pueblo» (Jr 31,33). Esta promesa se cumplió en Cristo, como él mismo dijo al
instituir el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre: «Este cáliz es la
nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22,20).
De ahí que los padres y escritores eclesiásticos hayan visto en el
arco iris el primer anuncio de esta nueva alianza. Así, por ejemplo, Ruperto de
Deutz escribe: «En él Dios estableció con los hombres una alianza por medio de
su Hijo Jesucristo; muriendo Éste en la cruz, Dios nos reconcilió consigo,
lavándonos de nuestros pecados en su sangre, y nos dio por medio de Él el
Espíritu Santo de su amor, instituyendo el bautismo de agua y del Espíritu
Santo por el que renacemos. Por tanto, aquel arco que aparece en las nubes es
signo del Hijo de Dios. (...) Es signo de que Dios no volverá a destruir toda
carne mediante las aguas del diluvio; el Hijo de Dios mismo, a quien una nube
recubrió, y el que está elevado más allá de las nubes, por encima de todos los
cielos, es para siempre un signo recordatorio a los ojos de Dios Padre, un
memorial eterno de nuestra paz: después de que Él en su carne destruyó la
enemistad, está firme la amistad entre Dios y los hombres, que ya no son
siervos, sino amigos e hijos de Dios» (Commentarium
in Genesim 4,36).
Comentarios
Publicar un comentario