3º domingo de Pascua – B. Evangelio
35 Y ellos se pusieron a contar lo que había pasado en el camino, y cómo le habían reconocido en la fracción del pan.
36 Mientras ellos estaban hablando de estas cosas, Jesús se puso en medio y les dijo:
—La paz esté con vosotros.
37 Se llenaron de espanto y de miedo, pensando que veían un espíritu. 38 Y les dijo:
—¿Por qué os asustáis, y por qué admitís esos pensamientos en vuestros corazones? 39 Mirad mis manos y mis pies: soy yo mismo. Palpadme y comprended que un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo.
40 Y dicho esto, les mostró las manos y los pies. 41 Como no acababan de creer por la alegría y estaban llenos de admiración, les dijo:
—¿Tenéis aquí algo que comer?
42 Entonces ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. 43 Y lo tomó y se lo comió delante de ellos.
44 Y les dijo:
—Esto es lo que os decía cuando aún estaba con vosotros: es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí.
45 Entonces les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras. 46 Y les dijo:
—Así está escrito: que el Cristo tiene que padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día, 47 y que se predique en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las gentes, comenzando desde Jerusalén. 48 Vosotros sois testigos de estas cosas.
En la narración de las apariciones parece percibirse la pedagogía de Jesús para enseñar a sus discípulos los pormenores de la resurrección. Una vez que éstos se han convencido de la resurrección (cfr 24,34), les muestra que no es un simple espíritu (v. 37) sino que tiene carne (vv. 39.41-43) y que es el mismo que murió en la cruz (vv. 39-40): «Yo, por mi parte, sé muy bien y en ello pongo mi fe que, después de su resurrección, permaneció el Señor en su carne. Y así, cuando se presentó a Pedro y a sus compañeros, les dijo: Tocadme, palpadme y comprended que no soy un espíritu incorpóreo. Y al punto le tocaron y creyeron, quedando persuadidos de su carne y de su espíritu (...). Es más, después de su resurrección comió y bebió con ellos, como hombre de carne que era, si bien espiritualmente estaba hecho una cosa con su Padre» (S. Ignacio de Antioquía, Ad Smyrnaeos 3,1-3).
Tras las muestras de su identidad, y antes de volver junto al Padre, Jesús confía la misión a sus discípulos. En las últimas palabras del Señor se compendia todo lo que San Lucas desarrollará después en el libro de los Hechos de los Apóstoles: está en el designio de Dios la predicación del misterio de Cristo (vv. 46-47), del que aquéllos han sido testigos (v. 48), para la salvación universal (v. 47). La misión apostólica comenzará en Jerusalén (v. 47) porque allí culmina el «éxodo» de Jesús (cfr 9,31).
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