13º domingo del Tiempo ordinario – B.
Evangelio
21 Y
tras cruzar de nuevo Jesús en la barca hasta la orilla opuesta, se congregó una
gran muchedumbre a su alrededor mientras él estaba junto al mar.
22 Viene
uno de los jefes de la sinagoga, que se llamaba Jairo. Al verlo, se postra a
sus pies 23 y le suplica con insistencia diciendo:
—Mi hija está en las últimas. Ven, pon
las manos sobre ella para que se salve y viva.
24 Se
fue con él, y le seguía la muchedumbre, que le apretujaba.
25 Y
una mujer que tenía un flujo de sangre desde hacía doce años, 26 y
que había sufrido mucho a manos de muchos médicos y se había gastado todos sus
bienes sin aprovecharle de nada, sino que iba de mal en peor, 27 cuando
oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la muchedumbre y le tocó el manto 28
—porque decía: «Con que toque su ropa, me curaré»—. 29 Y de
repente se secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que estaba curada de
la enfermedad. 30 Y al momento Jesús conoció en sí mismo la fuerza
salida de él y, vuelto hacia la muchedumbre, decía:
—¿Quién me ha tocado la ropa?
31 Y
le decían sus discípulos:
—Ves que la muchedumbre te apretuja y
dices: «¿Quién me ha tocado?».
32 Y
miraba a su alrededor para ver a la que había hecho esto. 33 La
mujer, asustada y temblando, sabiendo lo que le había ocurrido, se acercó, se
postró ante él y le dijo toda la verdad. 34 Él entonces le dijo:
—Hija, tu fe te ha salvado. Vete en
paz y queda curada de tu dolencia.
35 Todavía
estaba él hablando, cuando llegan desde la casa del jefe de la sinagoga, diciendo:
—Tu hija ha muerto, ¿para qué molestas
ya al Maestro?
36 Jesús,
al oír lo que hablaban, le dice al jefe de la sinagoga:
—No temas, tan sólo ten fe.
37 Y
no permitió que nadie le siguiera, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano
de Santiago.
38 Llegan
a la casa del jefe de la sinagoga, y ve el alboroto y a los que lloraban y a
las plañideras. 39 Y al entrar, les dice:
—¿Por qué alborotáis y estáis
llorando? La niña no ha muerto, sino que duerme.
40 Y
se burlaban de él. Pero él, haciendo salir a todos, toma consigo al padre y a
la madre de la niña y a los que le acompañaban, y entra donde estaba la niña. 41
Y tomando la mano de la niña, le dice:
—Talitha qum —que significa: «Niña, a
ti te digo, levántate».
42 Y
enseguida la niña se levantó y se puso a andar, pues tenía doce años. Y
quedaron llenos de asombro. 43 Les insistió mucho en que nadie lo
supiera, y dijo que le dieran a ella de comer.
En la descripción de estos dos milagros Marcos deja notar su gusto por
los detalles que evocan recuerdos muy precisos. Pero, al mismo tiempo, cada una
de las cosas que relata está orientada a subrayar algunas enseñanzas a sus
lectores: el alcance y el valor de la fe en Jesús, y nuestro encuentro personal
con Él.
La hemorroísa padecía una enfermedad por la que incurría en impureza
legal (cfr Lv 15,25ss.). El evangelista señala con rasgos vivos su situación
desesperada y su audacia para tocar las vestiduras de Jesús. Realizada ya la
curación, Jesús provoca el diálogo por el que hace patente a todos que la causa
de la curación no hay que buscarla en una especie de sortilegio, sino en la fe
de la hemorroísa y en el poder que emana de Él: «Ella toca, la muchedumbre
oprime. ¿Qué significa “tocó” sino que creyó?» (S. Agustín, In Ioannis Evangelium 26,3).
La historia de Jairo muestra también la fe del jefe de la sinagoga
que, alentado por Jesús, vence las dificultades que van surgiendo. Su hija está
a punto de morir y por eso pasa por encima de su posición social y ruega a
Jesús que vaya a curarla (vv. 22-23). Después de esto, por dos veces (vv.
36.40), ante la noticia de la muerte y las burlas, Jesús conforta su fe con
palabras o con gestos. Finalmente, la fe de Jairo se ve recompensada con la
resurrección de su hija. «Quien sabe dar buenos dones a sus hijos nos obliga a pedir,
buscar y llamar. (...) Esto puede causar extrañeza si no entendemos que Dios
nuestro Señor (...) pretende ejercitar con la oración nuestros deseos, y
prepara la capacidad para recibir lo que nos ha de dar» (S. Agustín, Epistolae 130,16-17).
La resurrección de la niña, aunque es un hecho público, se realiza
sólo en presencia de los padres y de los tres discípulos más allegados a
Cristo. Aún así, les «insistió mucho» (v. 43) en que no divulgaran el milagro.
Con esta actitud que ya se ha mostrado en otros lugares, parece que Jesús
quería evitar interpretaciones equivocadas de su condición de Mesías-Salvador:
la obra total de Cristo no comprende sólo sus milagros, sino también su muerte
en la cruz y su resurrección.
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