16º domingo del Tiempo ordinario – B.
2ª lectura
13 Ahora,
sin embargo, por Cristo Jesús, vosotros, que en otro tiempo estabais lejos,
habéis sido acercados por la sangre de Cristo. 14 En efecto, él es
nuestra paz: el que hizo de los dos pueblos uno solo y derribó el muro de la
separación, la enemistad, 15 anulando en su carne la ley decretada
en los mandamientos. De ese modo creó en sí mismo de los dos un hombre nuevo,
estableciendo la paz 16 y reconciliando a ambos con Dios en un solo
cuerpo, por medio de la cruz, dando muerte en sí mismo a la enemistad. 17 Y
en su venida os anunció la paz a vosotros, que estabais lejos, y también la paz
a los de cerca, 18 pues por él unos y otros tenemos acceso al Padre
en un mismo Espíritu.
El mensaje del Apóstol sigue dirigiéndose a los cristianos procedentes
de la gentilidad para que, al contemplar el misterio de Cristo, no se jacten de
autosuficiencia. La obra redentora de Cristo en la cruz ha producido el
acercamiento y la paz entre judíos y gentiles (vv. 13-15), y también la
reconciliación de ambos con Dios (vv. 16-18). Deben ser conscientes de que, por
Jesucristo, han sido integrados en un solo pueblo junto con los judíos, y por
tanto hechos partícipes de la herencia prometida por Dios al pueblo de Israel.
Han sido llamados, con ellos, a formar parte de la familia de Dios, la Iglesia , edificada sobre
los Apóstoles y los Profetas, con la solidez que le proporciona Cristo Jesús
(vv. 19-22).
«La mirada fija en el misterio del Gólgota debe hacernos recordar
siempre —dice Juan Pablo II— aquella dimensión “vertical” de la división y de
la reconciliación en lo que respecta a la relación hombre-Dios, que para la
mirada de la fe prevalece siempre sobre la dimensión “horizontal”, esto es,
sobre la realidad de la división y sobre la necesidad de la reconciliación
entre los hombres. Nosotros sabemos, en efecto, que tal reconciliación entre
ellos no es y no puede ser sino el fruto del acto redentor de Cristo, muerto y
resucitado para derrotar el reino del pecado, restablecer la alianza con Dios y
de este modo derribar el muro de separación que el pecado había levantado entre
los hombres» (Reconciliatio et
paenitentia, n. 7).
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