15º domingo del Tiempo ordinario – B.
Evangelio
7 Y
llamó a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles potestad sobre
los espíritus impuros. 8 Y les mandó que no llevasen nada para el
camino, ni pan, ni alforja, ni dinero en la bolsa, sino solamente un bastón; 9
y que fueran calzados con sandalias y que no llevaran dos túnicas. 10
Y les decía:
—Si entráis en una casa, quedaos allí
hasta que salgáis de aquel lugar. 11 Y si en algún sitio no os
acogen ni os escuchan, al salir de allí sacudíos el polvo de los pies en
testimonio contra ellos.
12 Se
marcharon y predicaron que se convirtieran. 13 Y expulsaban muchos
demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Tras estar un tiempo con Jesús, los Doce son enviados a evangelizar.
Esta misión debe entenderse a la luz del envío a todas las gentes (Mc 16,15-18),
de la que es como un anticipo, y teniendo presente la predicación de Cristo (Mc
1,14-15), de la que es un eco. Hay varias notas que son comunes a los tres
pasajes: como Jesús, que recorre caminos y aldeas enseñando (v. 6), los
Apóstoles no deben quedarse en un sitio sino ir de uno a otro lugar (vv. 10-13;
cfr 16,15); como en el caso de Cristo, la acogida será desigual: unos los
aceptarán y otros los rechazarán (vv. 10-11; cfr 16,16); también los Apóstoles
reciben la potestad que Jesús tiene sobre los demonios (v. 7; cfr 16,17), etc.
Con todo, en el pasaje se destaca en especial el desprendimiento de
todas las cosas: «Tanta debe ser la confianza en Dios del que predica —dice San
Beda— que ha de estar seguro de que no ha de faltarle lo necesario para vivir,
aunque él no pueda procurárselo; puesto que no debe ocuparse menos de las cosas
eternas, por ocuparse de las temporales» (In
Marci Evangelium, ad loc.). Sin embargo, como ya anotó San Agustín, «el
Señor no dice en este precepto que los anunciadores del Evangelio no puedan
vivir de otro modo que de lo que les den aquellos a quienes lo anuncian, sino
que les da poder de obrar así, haciéndoles saber que tienen derecho a ello; de
otra manera, el Apóstol [San Pablo] habría obrado contra este precepto, al
querer vivir del trabajo de sus manos» (S. Agustín, De consensu Evangelistarum 2,30,73).
En el sumario final San Marcos recoge la unción con óleo a los
enfermos (v. 13). La Iglesia
ve «insinuado» en este gesto el sacramento de la Unción de los enfermos,
instituido por el Señor, y más tarde, «recomendado y promulgado a los fieles
por Santiago apóstol (cfr St 5,14ss.)» (Conc. de Trento, De Extrema Unctione, cap. 1).
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