17º domingo del Tiempo ordinario – B. Evangelio
1 Después de esto partió
Jesús a la otra orilla del mar de Galilea, el de Tiberíades. 2 Le
seguía una gran muchedumbre porque veían los signos que hacía con los enfermos.
3 Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos. 4 Pronto
iba a ser la Pascua ,
la fiesta de los judíos.
5 Jesús, al levantar la
mirada y ver que venía hacia él una gran muchedumbre, le dijo a Felipe:
—¿Dónde vamos a comprar pan para que coman éstos? 6
—lo decía para probarle, pues él sabía lo que iba a hacer.
7 Felipe le respondió:
—Doscientos denarios de pan no bastan ni para que
cada uno coma un poco.
8 Uno de sus discípulos,
Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:
9 —Aquí hay un muchacho
que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero, ¿qué es esto para tantos?
10 Jesús dijo:
—Mandad a la gente que se siente —había en aquel
lugar hierba abundante.
Y se sentaron un total de unos cinco mil hombres. 11
Jesús tomó los panes y, después de dar gracias, los repartió a los que
estaban sentados, e igualmente les dio cuantos peces quisieron.
12 Cuando quedaron
saciados, les dijo a sus discípulos:
—Recoged los trozos que han sobrado para que no se
pierda nada.
13 Y los recogieron, y
llenaron doce cestos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a
los que habían comido.
14 Aquellos hombres, viendo
el signo que Jesús había hecho, decían:
—Éste es verdaderamente el Profeta que viene al
mundo.
15 Jesús, conociendo que
estaban dispuestos a llevárselo para hacerle rey, se retiró otra vez al monte
él solo.
En el Evangelio de Juan sólo se recogen siete milagros de Jesús. El autor
sagrado elige aquellos que le van mejor a su propósito de mostrar algunas
facetas del misterio de Cristo. El milagro de la multiplicación de los panes y
de los peces, unos días antes de la
Pascua , prefigura la Pascua cristiana y el misterio de la Eucaristía y está
puesto en relación directa con el discurso de Cafarnaún sobre el Pan de Vida
(6,26-58), en el que Jesús promete darse Él mismo como alimento de nuestra
alma. Tal relación queda subrayada por las palabras del v. 11, que son casi
las mismas con las que los sinópticos y San Pablo narran el comienzo de la
institución de la
Eucaristía (cfr Mt 26,26; Mc 14,22; Lc 22,14 y 1 Co
11,23-24).
Jesús es sensible a las
necesidades espirituales y materiales de los hombres (v. 5). Aquí le vemos
tomando la iniciativa para satisfacer el hambre de aquella multitud que le
sigue. Con los diálogos y el milagro que va a realizar, Jesús enseña también a
sus discípulos a confiar en Él ante las dificultades que encontrarán en sus
futuras tareas apostólicas, emprendiéndolas con los medios que tengan, aunque
sean insuficientes, como en este caso lo eran los cinco panes y los dos peces
(v. 9). Él aportará lo que falta. En la vida cristiana hay que poner al
servicio del Dios lo que tengamos, aunque nos parezca muy poco. El Señor sabrá
multiplicar la eficacia de esos medios tan insignificantes: «Él [Jesús] no
contaba con una cantidad suficiente de bienes materiales, sino con su
generosidad al ofrecer lo poco que poseían. (...) Lo que la razón humana no se
atrevía a esperar, con Jesús se hizo realidad gracias al corazón generoso de un
muchacho» (Juan Pablo II, Mensaje
8-IX-97).
La reacción ante el
milagro (v. 14) muestra que los que se beneficiaron de aquel prodigio
reconocieron a Jesús como el Profeta, el Mesías prometido en el Antiguo
Testamento (cfr Dt 18,15), pero pensaron en un mesianismo terreno y
nacionalista: quisieron hacerle rey porque consideraron que el Mesías había de
traerles abundancia de bienes terrenos y librarlos de la dominación romana.
El Señor, que más adelante
(6,26-27) explicará el verdadero sentido de la multiplicación de los panes y
los peces, se limita a huir de aquel lugar, para evitar una proclamación
popular ajena a su verdadera misión. En el diálogo con Pilato (cfr 18,36)
explicará que su Reino «no es de este mundo». «Los Evangelios muestran
claramente cómo para Jesús era una tentación lo que alterara su misión de
Servidor de Yahwéh (cfr Mt 4,8; Lc 4,5). No acepta la posición de quienes
mezclaban las cosas de Dios con actitudes meramente políticas (cfr Mt 22,21; Mc
12,17; Jn 18,36) (...). La perspectiva de su misión es mucho más profunda.
Consiste en la salvación integral por un amor transformante, pacificador, de
perdón y reconciliación. No cabe duda, por otra parte, que todo esto es muy
exigente para la actitud del cristiano que quiere servir de verdad a los
hermanos más pequeños, a los pobres, a los necesitados, a los marginados; en
una palabra, a todos los que reflejan en sus vidas el rostro doliente del Señor
(cfr Lumen gentium, n. 8)» (Juan
Pablo II, Discurso al episcopado
latinoamericano, 28-I-1979).
Gracias
ResponderEliminar