17 Por
lo tanto, digo y testifico esto en el Señor: que ya no viváis como viven los
gentiles, en sus vanos pensamientos. 20 No es esto, en cambio, lo
que vosotros aprendisteis de Cristo 21 —si es que en efecto le
habéis escuchado y habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús— 22
para abandonar la antigua conducta del hombre viejo, que se corrompe
conforme a su concupiscencia seductora, 23 para renovaros en el
espíritu de vuestra mente 24 y revestiros del hombre nuevo, que ha
sido creado conforme a Dios en justicia y santidad verdaderas.
En esta última y más
extensa sección de esta carta a los Efesios se exponen las exigencias morales
del cristiano como miembro de la Iglesia. El cristiano ya no es «hombre viejo»,
que vive en la oscuridad del mal (4,17-32), sino «hombre nuevo», que ha de
reflejar a Dios en su comportamiento (5,1-7).
La vida nueva en Cristo
es la condición que se exige a cada cristiano para contribuir al crecimiento
del Cuerpo de Cristo (cfr 4,12-16). Esta vida nueva requiere despojarse de la
vanidad y pecado anteriores a la conversión (vv. 17-19) y revestirse de Cristo,
el hombre nuevo, siendo fiel a Él (vv. 20-24) en todo instante. «Si, pues, no
hay más que un vestido salvador, esto es, Cristo, nadie llamará hombre nuevo,
el que ha sido creado según Dios, a ninguno fuera de Cristo. Es, pues,
evidente, que quien se ha revestido de Cristo se ha revestido del hombre nuevo,
de ese hombre nuevo que ha sido creado según Dios» (S. Gregorio de Nisa, Contra Eunomium 3,1,52).
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