23º domingo del Tiempo ordinario – B.
2ª lectura
1 Hermanos
míos, no intentéis conciliar la fe en nuestro Señor Jesucristo, glorioso, con
la acepción de personas. 2 Supongamos que entra en vuestra asamblea
un hombre con anillo de oro y vestido espléndido, y entra también un pobre mal
vestido. 3 Y os fijáis en el que lleva el vestido espléndido y le
decís: «Tú, siéntate aquí, en buen sitio»; y, en cambio, al pobre le decís:
«Tú, quédate ahí», o «siéntate en el suelo, a mis pies». 4 ¿No
estáis haciendo entonces distinciones entre vosotros y juzgando con criterios
perversos?
5 Escuchad,
hermanos míos queridísimos: ¿acaso no escogió Dios a los pobres según el mundo,
para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que le
aman?
Entre los cristianos a quienes se dirige la carta parecía darse un
abuso: la acepción o discriminación de personas por razón de su nivel social
(vv. 1-4). Se trataba de una manifiesta incongruencia entre la fe y la conducta. La Ley de Moisés
(Dt 1,17; Lv 19,15; Is 5,23; etc.) condenaba la discriminación de personas (vv.
8-11), opuesta también al Evangelio (vv. 5-7), ya que Jesucristo corrigió las
interpretaciones restringidas de esa Ley. Se señala que ese modo de comportarse
será severamente castigado por Dios en el juicio (vv. 12-13).
La carta recuerda la predilección de la Iglesia por los pobres (v.
5; cfr Mt 5,3; Lc 6,20) e invita a luchar decididamente por la justicia: «Las
desigualdades inicuas y las opresiones de todo tipo que afectan hoy a millones
de hombres y mujeres están en abierta contradicción con el Evangelio de Cristo
y no pueden dejar tranquila la conciencia de ningún cristiano» (Cong. Doctrina
de la Fe , Libertatis conscientia, n. 57). El
fundamento se encuentra en la Sagrada Escritura : el amor al prójimo resume la Ley y los mandamientos.
Jesucristo llevó este precepto a la plenitud (cfr Mt 22,39-40) y formuló el
«mandamiento nuevo» (cfr Jn 13,34). Además, tanto en la Antigua Ley (vv.
10-11) como en la Nueva ,
«transgredir un mandamiento es quebrantar todos los otros. No se puede honrar a
otro sin bendecir a Dios su Creador. No se podría adorar a Dios sin amar a
todos los hombres, que son sus creaturas» (Catecismo
de la Iglesia
Católica , n. 2069). Y, como comenta San Agustín, «quien
guardare toda la ley, si peca contra un mandamiento, se hace reo de todos, ya
que obra contra la caridad, de la que pende la ley entera. Se hace, pues, reo
de todos los preceptos cuando peca contra aquella de la que derivan todos» (Epistolae 167, 5,16).
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