30º
domingo del Tiempo ordinario – B. Evangelio
46 Llegan a Jericó. Y cuando salía él de
Jericó con sus discípulos y una gran multitud, un ciego, Bartimeo, el hijo de
Timeo, estaba sentado al lado del camino pidiendo limosna. 47 Y al
oír que era Jesús Nazareno, comenzó a decir a gritos:
—¡Jesús,
Hijo de David, ten piedad de mí!
48 Y muchos le reprendían para que se
callara. Pero él gritaba mucho más:
—¡Hijo
de David, ten piedad de mí!
49 Se paró Jesús y dijo:
—Llamadle.
Llamaron
al ciego diciéndole:
—¡Ánimo!,
levántate, te llama.
50 Él, arrojando su manto, dio un salto y
se acercó a Jesús. 51 Jesús le preguntó:
—¿Qué
quieres que te haga?
—Rabboni,
que vea —le respondió el ciego.
52 Entonces Jesús le dijo:
—Anda,
tu fe te ha salvado.
Y
al instante recobró la vista. Y le seguía por el camino.
Marcos relata en este milagro
numerosos detalles que informan sobre la condición de Bartimeo (v. 46) y su
actitud ante Jesús: la fuerza y la insistencia de su petición (vv. 47-48), la
despreocupación por sus cosas ante la llamada (v. 50), la fe y la sencillez en
su diálogo con el Señor (v. 51). Como consecuencia de su fe, la situación de
Bartimeo cambia radicalmente: de estar ciego y sentado junto al camino (v. 46)
ha pasado a recobrar la vista y a seguir a Jesús por su camino (v. 52).
El camino hacia la fe de Bartimeo
puede ser el nuestro si somos capaces de repetir en nuestra vida sus acciones.
Primero, su oración, su clamar ante Jesucristo, que se reviste de todos los
matices que puede tener nuestra invocación al Señor: le llama «Rabboni», es
decir, mi maestro (v. 51), «Hijo de David», es decir, Rey Mesías,
misericordioso como Dios (v. 47), y, sobre todo, «Jesús»: «El Nombre que todo
lo contiene es aquel que el Hijo de Dios recibe en su encarnación: Jesús. (...)
El Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la creación y
de la salvación.
Decir “Jesús” es invocarlo desde nuestro propio corazón» (Catecismo de la Iglesia Católica ,
n. 2666).
Pero la fe de Bartimeo no se
manifiesta sólo en la petición, abarca también las obras: deja el manto, salta
para acercarse a Jesús (v. 50), y le sigue camino de Jerusalén: «Tú has
conocido lo que el Señor te proponía, y has decidido acompañarle en el camino.
Tú intentas pisar sobre sus pisadas, vestirte de la vestidura de Cristo, ser el
mismo Cristo: pues tu fe, fe en esa luz que el Señor te va dando, ha de ser
operativa y sacrificada. No te hagas ilusiones, no pienses en descubrir modos
nuevos. La fe que Él nos reclama es así: hemos de andar a su ritmo con obras
llenas de generosidad, arrancando y soltando lo que estorba» (S. Josemaría
Escrivá, Amigos de Dios, n. 198).
Comentarios
Saludos desde Canada
Rebeca Mendoza