Un hijo se nos ha dado (Is 9,1-3.5-6)
Navidad.
Misa de Medianoche. 1ª lectura
1 El pueblo que caminaba en tinieblas
vio una gran
luz,
a los que
habitaban en tierra de sombras de muerte,
les ha
brillado una luz.
2 Multiplicaste el gozo,
aumentaste
la alegría.
Se alegran
en tu presencia
con la
alegría de la siega,
como se
gozan al repartirse el botín.
3 Porque el yugo que los cargaba,
la vara de
su hombro,
el cetro que
los oprimía,
los
quebraste como el día de Madián.
5 Porque un niño nos ha nacido,
un hijo se
nos ha dado.
Sobre sus
hombros está el imperio,
y lleva por
nombre:
Consejero
maravilloso, Dios fuerte,
Padre
sempiterno, Príncipe de la paz.
6 El imperio será engrandecido,
y la paz no
tendrá fin
sobre el
trono de David
y sobre su
reino,
para
sostenerlo y consolidarlo
con el
derecho y la justicia,
desde ahora
y para siempre.
El celo del
Señor de los ejércitos lo hará.
A partir de Is 8,23 comienza a hacerse presente,
aún entre sombras, la figura del rey Ezequías, que a diferencia de su padre
Ajaz, fue un rey piadoso que confió totalmente en el Señor. Después de que
Galilea fuera devastada por Teglatpalasar III de Asiria, con la consiguiente
deportación del pueblo que vivía allí (cfr 8,21-22), el rey Ezequías de Judá
reconquistaría esa zona, que recobraría su proverbial esplendor durante un
cierto tiempo. Estos sucesos abrieron de nuevo paso a la esperanza.
Es posible que este oráculo tenga relación con la
profecía del Enmanuel (7,1-17), y que el niño con prerrogativas mesiánicas que
ha nacido (cfr 9,5-6) sea aquel niño del que profetizó Isaías que habría de
nacer (cfr 7,14). En este sentido este es considerado el segundo oráculo del
ciclo del Enmanuel. Ese «niño» que ha nacido, el hijo que se nos ha dado, es un
don de Dios (9,5), porque significa la presencia de Dios entre los suyos. El
texto hebreo le atribuye cuatro cualidades que parecen sumar las de los más
grandes hombres que forjaron la historia de Israel: la sabiduría de Salomón
(cfr 1 R 3) («Consejero maravilloso»), el valor de David (cfr 1 S 17) («Dios
fuerte»), las dotes de gobierno de Moisés en cuanto libertador, guía y padre
del pueblo (cfr Dt 34,10-12) («Padre sempiterno») y las virtudes de los
antiguos patriarcas, que llevaron a cabo alianzas de paz (cfr Gn 21,22-24;
26,15-6; 23,6) («Príncipe de la paz»). En la antigua Vulgata latina se
traducían por seis («Admirabilis,
Consiliarius, Deus, Fortis, Pater futuri saeculi, Princeps pacis»), que son
las que pasaron al uso litúrgico. La Neovulgata ha vuelto al texto hebreo. En todo
caso se trata de títulos que los pueblos semitas aplicaban al monarca reinante,
pero que, en su conjunto, trascienden a Ezequías y a cualquier otro rey de
Judá. Por eso, la tradición cristiana ha visto que tales cualidades se cumplen
sólo en Jesús. San Bernardo, por ejemplo, comenta así la razón de ser de cada
uno de esos nombres: «Es Admirable en
su nacimiento, Consejero en su
predicación, Dios en sus obras, Fuerte en la Pasión , Padre perpetuo en la resurrección, y Príncipe de la paz en la bienaventuranza
eterna» (Sermones de diversis 53,1).
Así como esos nombres se han aplicado a Jesús, la
reconquista efímera de Galilea por Ezequías ha sido vista sólo como anuncio de
la definitiva salvación realizada por Jesucristo. En los Evangelios resuenan expresiones
de este oráculo en diversos pasajes en los que se habla de Jesús. Cuando Lucas
narra la Anunciación
a María (Lc 1,31-33) alude a que el hijo que concebirá y dará a luz recibirá
«el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su
Reino no tendrá fin» (Lc 1,32b-33; cfr 9,6). Y en el relato de la manifestación
del nacimiento a los pastores de Belén se les anuncia que «os ha nacido, en la
ciudad de David, el Salvador, que es el Mesías, el Señor...» (Lc 2,11-12; cfr
9,5). San Mateo ve en el comienzo del ministerio de Jesús en Galilea (Mt
4,12-17) el cumplimiento de este oráculo de Isaías (cfr 8,23-9,1): las tierras
que en tiempo del profeta se encontraban devastadas y a las que los asirios
habían llevado gentes extranjeras para colonizarlas, han sido las primeras en
recibir la luz de la salvación del Mesías.
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