Domingo 3º de Pascua – C. 1ª lectura
27b El
sumo sacerdote les interrogó:
28 —¿No
os habíamos mandado expresamente que no enseñaseis en ese nombre? En cambio, vosotros
habéis llenado Jerusalén con vuestra doctrina y queréis hacer recaer sobre
nosotros la sangre de ese hombre.
29 Pedro
y los apóstoles respondieron:
—Hay que obedecer a Dios antes que a
los hombres. 30 El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, al
que vosotros matasteis colgándolo de un madero. 31 A éste lo exaltó
Dios a su derecha, como Príncipe y Salvador, para otorgar a Israel la
conversión y el perdón de los pecados. 32 Y de estas cosas somos
testigos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios ha dado a todos los que le
obedecen.
40b Entonces
los azotaron, les ordenaron no hablar en el nombre de Jesús y los soltaron. 41
Ellos salían gozosos de la presencia del Sanedrín, porque habían sido
dignos de ser ultrajados a causa del Nombre.
El pasaje en que se inserta este relato
presenta un cuadro de contrastes marcado por dos mandatos contrarios que se dan
a los Apóstoles: el del ángel (“Salid, presentaos en el Templo y predicad al pueblo toda
la doctrina que concierne a esta Vida” v. 20) y el del Sanedrín (v. 28). La respuesta de
los Apóstoles es muy significativa: hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres (v. 29).
Aquí se presenta a los Apóstoles
proclamando el núcleo de la doctrina cristiana incluso a los miembros del
Sanedrín (cfr vv. 30-32). Piensan más en la salud espiritual de sus jueces que
en sí mismos: «Dios ha permitido —comenta San Juan Crisóstomo— que los
Apóstoles fueran llevados a juicio para que sus perseguidores fueran
instruidos, si lo deseaban. (...) Los Apóstoles no se irritan ante los jueces
sino que les ruegan compasivamente, vierten lágrimas, y sólo buscan el modo de
librarles del error y de la cólera divina» (In
Acta Apostolorum 13). La intervención de Gamaliel poco después (5,34-39)
muestra que su actitud era la correcta.
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