Ascensión del Señor. 2ª lectura
17 Que
el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda el
Espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle; 18 iluminando
los ojos de vuestro corazón, para que sepáis cuál es la esperanza a las que os
llama, cuáles las riquezas de gloria dejadas en su herencia a los santos, 19
y cuál es la suprema grandeza de su poder en favor de nosotros, los
creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa.
20 Él
la ha puesto por obra en Cristo resucitándole de entre los muertos y sentándole
a su derecha en los cielos, 21 por encima de todo principado,
potestad, virtud y dominación y de todo cuanto existe, no sólo en este mundo
sino también en el venidero. 22 Todo lo sometió bajo sus pies y a él
lo constituyó cabeza de todas las cosas en favor de la Iglesia , 23 que
es su cuerpo, la plenitud de quien llena todo en todas las cosas.
Los fieles a los que dirige esta carta a los Efesios, en su mayor
parte procedentes de la gentilidad, están particularmente interesados por el
«conocimiento» de los misterios divinos. Ese afán, aunque podía estar influido
por corrientes doctrinales y culturales del momento, era bueno de suyo. Por
eso, se pide a Dios el Espíritu de sabiduría y revelación, para conocer lo
verdaderamente importante, Jesucristo, en quien reside toda plenitud. Además,
el conocimiento del misterio de Cristo constituye un sólido fundamento para la
esperanza (v. 18): «La palabra del Apóstol habla de las cosas futuras como ya
hechas, como corresponde a la potencia de Dios, pues lo que se ha de llevar a
cabo en la plenitud de los tiempos ya tiene consistencia en Cristo, en el que
está toda la plenitud; y todo lo que ha de suceder es, más que una novedad, el
desarrollo del plan de salvación» (S. Hilario de Poitiers, De Trinitate 11,31).
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