29º domingo del Tiempo ordinario – C. 1ª lectura
8 Vino entonces Amalec y atacó a Israel en Refidim. 9
Moisés dijo a Josué:
—Elige unos
hombres y sal a combatir contra Amalec. Yo estaré de pie en la cima del monte
con el bastón de Dios en la mano.
10 Hizo Josué como Moisés le había ordenado y combatió
contra Amalec; mientras, Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima del monte. 11
Resultó que cuando Moisés alzaba las manos, vencía Israel, pero cuando
las dejaba caer, vencía Amalec. 12 Como se le cansaban las manos a
Moisés, acercaron una piedra, se la pusieron debajo y se sentó sobre ella, en
tanto que Aarón y Jur le sujetaban las manos, cada uno por un lado. Y así sus
manos se mantuvieron en alto hasta la puesta del sol. 13 Josué
derrotó a Amalec y a su pueblo a filo de espada.
Junto a la falta de alimento y de agua, los israelitas tendrían que
afrontar en el desierto los ataques de otros grupos que les disputarían los
pozos o los pastos. La confrontación con los amalecitas enseña que el mismo
Dios que les socorrió en las necesidades más perentorias, hambre y sed, les
protege de los asaltos enemigos.
Los amalecitas eran un pueblo antiguo (cfr Nm 24,20; Gn 14,7; 36,12.16;
Jc 1,16), que estaba diseminado por el norte de la península del Sinaí, el
Négueb, Seír y el sur de Canaán, y controlaba las rutas de caravanas entre
Arabia y Egipto. En la Biblia
aparece como enemigo perenne de Israel (cfr Dt 25,17-18; 1 S 15,3; 27,8; 30),
hasta que en tiempo de Ezequías (1 Cro 4,41-43) se consigna como cumplido este
oráculo de borrar su memoria (v. 14). La mención de Josué como caudillo en la
batalla, y de Aarón y Jur ayudando a Moisés en su oración, refleja que después
de Moisés se diversificarán los poderes, el político-militar y el religioso,
este último encomendado a los sacerdotes.
Moisés, con el bastón en la mano, dirige las operaciones de la
batalla, pero, sobre todo, intercede por su pueblo para que Dios intervenga
hasta conseguir la victoria. Los Santos Padres han explicado este episodio como
figura de la acción de Cristo que con la Cruz, figurada en el bastón, ha conseguido vencer
al demonio y a la muerte (cfr Tertuliano, Adversus
Marcionem 3,18; S. Cipriano, Testimonia
2,21).
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