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Que la palabra del Señor avance con rapidez y alcance la gloria (2 Ts 2,16—3,5)

32º domingo del Tiempo ordinario – C. 2ª lectura
16 Que nuestro Señor Jesucristo, y Dios nuestro Padre, que nos amó y gratuitamente nos concedió un consuelo eterno y una feliz esperanza, 17 consuele vuestros corazones y los afiance en toda obra y palabra buena.
3,1 Por lo demás, hermanos, orad por nosotros para que la palabra del Señor avance con rapidez y alcance la gloria, como ya sucede entre vosotros, 2 y para que nos libremos de los hombres perversos y malvados: pues no todos tienen fe. 3 Pero el Señor sí que es fiel y Él os mantendrá firmes y os guardará del Maligno. 4 En cuanto a vosotros, tenemos la confianza en el Señor de que cumplís y que seguiréis cumpliendo lo que os ordenamos. 5 Que el Señor dirija vuestros corazones hacia el amor de Dios y la paciencia de Cristo.
«El Apóstol (...) —comenta San Juan Crisóstomo— los anima ahora a ofrecer oraciones a Dios por él, pero no para que Dios lo exima de los peligros que debe afrontar —pues éstos son consecuencia inevitable del ministerio que desempeña—, sino para que la palabra del Señor avance con rapidez y alcance la gloria» (In 2 Thessalonicenses, ad loc.).
La expresión «avance con rapidez y alcance la gloria» (v. 1), es una imagen tomada de los juegos del estadio, con gran raigambre en toda Grecia: el vencedor en la carrera recibía la gloria del premio. La victoria y el premio de la palabra de Dios es que sea proclamada y aceptada por todo el mundo.
En contraste con la infidelidad de al­gunos se hace una llamada a confiar en Dios (v. 3), que siempre es fiel. Pero exige nuestra correspondencia: Dios nos ha creado sin nosotros, pero no ha querido salvarnos sin nosotros (cfr S. Agustín, Sermones 169,13).

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