El amor verdadero (1 Co 7,29-31)
3º domingo del Tiempo ordinario – B. 2ª lectura
29 Hermanos, os digo esto: el tiempo es corto. Por tanto, en lo
que queda, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen; 30 y
los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se
alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen; 31 y los que
disfrutan de este mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este
mundo pasa.
La excelencia de la virginidad —tanto de mujeres
como de hombres— se fundamenta en el amor de Dios, al cual puede dedicarse el
célibe con una exclusividad que no se da en la persona casada. «La respuesta a
la vocación divina es una respuesta de amor al amor que Cristo nos ha
demostrado de manera sublime (Jn 15,13; 3,16) (...). La gracia multiplica con
fuerza divina las exigencias del amor, que, cuando es auténtico, es total,
exclusivo, estable y perenne, estímulo irresistible para todos los heroísmos.
Por eso la elección del sagrado celibato ha sido considerada siempre en la
Iglesia “como señal y estímulo de la caridad” (Lumen gentium, n. 42); señal de un amor sin reservas, estímulo de
una caridad abierta a todos» (Pablo VI, Sacerdotalis
caelibatus, n. 24).
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