7º
domingo del Tiempo ordinario – C. 1ª lectura
2 Se levantó Saúl y bajó al desierto de
Zif acompañado de tres mil hombres selectos de Israel para buscar a David en el
desierto de Zif. 7 David y Abisay llegaron donde la tropa de noche y
encontraron a Saúl acostado, durmiendo en el centro del campamento con su lanza
a su cabecera clavada en tierra. Abner y la tropa estaban acostados a su
alrededor. 8 Abisay dijo a David:
— Dios pone hoy a tu enemigo en tus
manos. Déjame ahora clavarle en tierra con su lanza. No necesitaré repetir el
golpe.
9 Pero David dijo a Abisay:
— No lo mates. ¿Quién alzó su mano
contra el ungido del Señor y quedó impune?
12 Tomó, pues, David la lanza y el jarro
de agua que estaba a la cabecera de Saúl y se fueron. No hubo nadie que los
viera o que se diera cuenta y los despertara; todos dormían porque el Señor
había hecho caer sobre ellos un sopor profundo. 13 Luego pasó David al otro
lado y se colocó en la cima del monte, lejos, de modo que quedaba un gran
espacio entre ellos. 22 Gritó David:
— Aquí está la lanza del rey; que pase
uno de tus criados y se la lleve. 23 El Señor pagará a cada uno
según su justicia y su fidelidad. El Señor te ha entregado hoy a mis manos,
pero yo no he querido extender mi mano contra el ungido del Señor.
El
nuevo encuentro entre Saúl y David tiene muchos puntos de contacto con el narrado
en el cap. 24. Sin embargo, aquí se ponen más de relieve la personalidad y la
misión de David: David es mejor estratega que Saúl, y es reconocido como
soberano en la bendición del viejo monarca (v. 25). En efecto, esta
confrontación con Saúl no es ni casual ni tiene lugar en una cueva, sino
intencionada y llevada a cabo al aire libre, en el campamento militar (vv.
4-7). Abner y los soldados encargados de la seguridad del rey se quedan
dormidos y no cumplen su misión de velar por el rey; en cambio David es quien
garantiza la vida de Saúl (vv. 9.15). El texto pone de manifiesto una vez más
la compasión y la misericordia de David («El Señor te ha entregado hoy a mis
manos…», v. 23), a la vez que resalta la figura del futuro rey, pues la
misericordia es una perfección propia de Dios y por tanto una virtud que debe
usar todo representante suyo y todo el que quiera parecerse a Él (cfr Lc 6,36).
Pero, por encima de las anécdotas y estratagemas humanas, se vuelve a poner de
relieve que sólo el Señor tiene la última palabra: Él decidirá el momento y el
modo de la muerte de Saúl (v. 10); Él paga a cada uno según sus méritos (v.
23-24); Él, en definitiva, ha elegido a David y le concede el éxito en todo lo
que emprende, como reconoce Saúl en las últimas palabras (v. 25).
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